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Brujilda y el hechicero antinomio
Alarco de Zadra, Adriana

BRUJILDA
Y EL
HECHICERO ANTIMONIO
Adriana Alarcon de Zadra

Brujilda,
la brujita de vestido azul con estrellitas, llegó un
día montada en su escobillón volador a las alturas
de la Cordillera de los Andes. Desde arriba se puso a contemplar
una cantidad de cumbres nevadas, valles, lagunas y ríos.

Sobre su cabeza volaba el cóndor majestuoso, en las
laderas de las montañas comían ichu las vicuñas
elegantes y bajo los nevados empezaba a correr el agua de
los riachuelos que después se agrandaban en torrentes.
Respiraba, llenando sus pulmones con aire de las alturas,
cuando de repente, se sintió jalada por un fuerte viento
que la llevó volando en su escobillón hasta
la boca de un volcán y luego a las profundidades de
la montaña dentro de un larguísimo túnel
que recorría las entrañas de la cordillera.
A pesar de que repetía con afán:
-Anda, escobillón, anda
que Brujilda te lo manda… para poder salir de tan increíble
laberinto, su cabalgadura, sin embargo, había dejado
de obedecerle y seguía volando adentro del volcán
como un torbellino. Brujilda no tenía miedo, aún
si el viento silbaba tan fuerte en sus oídos que parecía
una tempestad.
Finalmente se detuvo el escobillón y se dio cuenta
de que estaba dentro de la montaña, con paredes de
lava negra alrededor y el fuego del volcán que ardía
en un agujero en medio de tan extraño lugar. Brujilda
se arregló su sombrero negro de punta, su traje azul
con titilantes estrellitas y observó a un personaje
anciano, de pie, contemplando el fuego pensativo y cubriéndose,
a pesar del calor que reinaba en el lugar, con un poncho brillante,
blanco, a rayas azules. Se acercó caminando y él
volvió la cara para mirarla de frente. ¡Cuál
no sería la sorpresa de la niña al reconocer
en este personaje de las profundidades, al malvado hechicero
Antimonio!
– ¡Has llegado hasta mí! – exclamó
Antimonio con voz ronca y profunda.
– ¡No por mi voluntad! – respondió Brujilda.
El hechicero rió con su risa malvada y le dijo:
– ¡Te he hecho traer por los vientos de la cordillera
que me obedecen y me temen! ¡Puedo comenzar una tempestad,
puedo hacer estallar este volcán, puedo inundar de
lluvia los alrededores, puedo mover las nubes a mi placer
y antojo! ¡Mi poder es inmenso, inimaginable para un
ser inferior como tú!
– ¡Yo soy la hija del Hada de la Floresta, no soy ningún
ser inferior, si desea saberlo! – contestó enojada
la brujita.
– ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Yo sé todo lo que deseo
saber! ¡Yo sé todo lo que hay que saber! ¡Yo
soy quien debe saber porque soy y estoy en el centro del mundo!
– ¡Nunca he conocido a una persona más presumida
y más necia que usted! – gritó Brujilda
al anciano hechicero, sin ningún temor.
Antimonio la miró con disgusto, alzó su mano
derecha y salieron volando chispitas por todos lados. El no
necesitaba de una varita mágica, él era mágico
por sí mismo. Sin embargo, Brujilda no pestañeó,
siquiera.
– ¿Para qué me ha traído aquí,
viejo brujo?
El hechicero sonrió al comprobar que la niña
no sólo no le tenía miedo sino que se burlaba
de él llamándolo viejo brujo. ¡Ya iba
a ver lo que podía un viejo contra la magia infantil
y sin experiencia de una niña malcriada!
– ¡Demonios y montañas,
volcán de mis entrañas,
con arte, parte y mañas
sube dragón de sañas!
Movió su mano de cuyos dedos salieron chispas y apareció
frente a la niña saliendo de la hoguera, un dragón
de cuyas fauces salían lenguas de fuego. Brujilda esperaba
algo así y estaba lista, con su varita mágica
en lo alto y su escobillón en la otra, para rechazar
todas las maldades del hechicero.
– ¡Del infierno salió un dragón!
¡por mi fe, paz y pasión
que se convierta en un ratón!
El dragón con lenguas de fuego se convirtió,
por arte de birlibirloque, en un ratoncito indefenso, que
se escapó y se escondió detrás de una
piedra de la inmensa boca del volcán.
– ¡Hada de la Floresta, tío Mago Melón,
Sol del Mediodía,
protéjanme, ampárenme, defiéndanme hoy,
como cualquier día!
Apenas pronunció estas palabras, Brujilda se encontró
completamente cubierta con un escudo de material duro y transparente
que resplandecía en la oscuridad con brillos metálicos
y no sufría por el calor. Segura de sí misma,
ya que contaba con el apoyo de las energías positivas
del Sol del Mediodía, de su madre, el Hada de la Floresta
y de su tío y maestro, el Mago Melón, se enfrentó
con osadía y valor al malvado hechicero Antimonio.
-¡Vamos, viejo brujo, vamos a ver quién puede
más!
Irritado, el hechicero exclamó:
-¡Demonios y montañas,
volcán de mis entrañas,
con arte, parte y mañas
baja tu red de arañas!
Envió, entonces, una negra red de telas de araña
que cayó desde lo alto y envolvió a la brujita.
Inmediatamente, Brujilda movió su varita mágica
diciendo:
¡La telaraña de carbón,
por mi fe, paz y pasión
que se convierta en un mantón!
y la temible red se transformó en una esplendorosa
manta de hilos de oro que la envolvieron vaporosamente.
Antimonio dirigió ambas manos contra la niña
y envió sus rayos paralizadores, pero éstos
chocaban contra el escudo protector y caían al suelo
sin efecto.
-¡Demonios y montañas,
volcán de mis entrañas,
con arte, parte y mañas
vuelen flechas de cañas!
Al decir ésto, una cantidad infinita de flechas salieron
de las paredes del volcán y golpearon el escudo transparente
y mágico de Brujilda, pero muchas se rompieron cayendo
al suelo y otras salieron por el agujero de la boca del volcán,
mientras ella seguía repitiendo:
– ¡Hada de la Floresta, tío Mago Melón,
Sol del Mediodía,
protéjanme, ampárenme, defiéndanme hoy,
como cualquier día!
Antimonio, enardecido y molesto porque no podía llegar
a vencer a la brujita linda, envió una lluvia de truenos
dentro del volcán que parecía que estallaban
en los oídos.
Brujilda se convirtió en una semilla de zapallo y con
la lluvia el zapallo comenzó a crecer y a crecer y
a crecer hasta que se volvió una gigantesca calabaza
con piernas.
– ¡Tú no puedes, tú no puedes, ja, ja,
ja! – se rió la niña desde debajo de su
cabeza de calabaza.
El hechicero se convirtió, también él,
en calabaza, con dos agujeros por ojos y otro agujero grande
que representaba su bocaza. Con sus largos tallos trató
de sofocar a Brujilda y con su bocaza vacía trataba
de morderla, pero la brujita había aprendido muchas
mañas, trucos y magias de su madre y de su tío
el Mago Melón y sabía defenderse. No había
sido por casualidad que se había convertido en calabaza.
Antimonio despidió todo su veneno por las hojas y tallos
de la planta y, al ver la guerra despiadada del hechicero
convertido él también en calabaza gigante y
monstruosa, a causa de las lluvias incesantes, la brujita
se enfadó y decidió poner fin a su maldad.
Agitó su varita mágica y, con todas las fuerzas
que puede tener una planta de zapallo, gritó:
¡Calabaza, calabaza, cada uno para su casa!
Al oír estas mágicas palabras, cayó el
malvado Hechicero Antimonio dentro del fuego en medio del
volcán y su cabeza de calabaza se derritió entre
los tizones encendidos.
Luego, salió Brujilda disparada, sobre su escobillón
volador, mientras su cabeza de zapallo, los tallos y hojas
salían volando por todos lados. Se alejó de
las profundidades abrasadoras por el agujero en la boca del
volcán hacia las nubes y las cumbres de la cordillera.
Con el aire límpido de los Andes y el Sol reparador,
se fue volviendo otra vez la niña que era o sea una
brujita linda y buena, libre al fin de la maldad de tan espeluznante
personaje como era Antimonio, el Hechicero del mal.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.