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Brujilda y la fiesta de disfraces
Alarco de Zadra, Adriana

BRUJILDA
Y LA FIESTA
DE DISFRACES

Brujilda, la bruja linda, había sido invitada a una
fiesta en el Castillo de las Dunas. La tarjeta de invitación
había llegado en el pico de una de las gaviotas mensajeras
que viajaban a lo largo de las playas arenosas del litoral.
El generoso Mago Donoso convidaba a una fiesta de disfraces
y la brujita estaba muy contenta y excitada.

Fue a buscar a su amigo el brujito Yamagua en la Escuela
de Chamanes Andinos. Lo encontró afilando su varita
mágica, pues había perdido su punta encantada
al caérsele desde lo alto de su escobita voladora.
Decidieron salir a volar los dos, para conversar privadamente
sobre la famosa fiesta.
– ¡No sé cómo voy a ir transformada
a la fiesta de disfraces del Mago Donoso en Las Dunas! ¿Y
si me convierto en Sapo Bufo para ir al baile? – preguntó
a su amigo Yamagua.

– ¡En sapo no! ¡Muchos se van a disfrazar así!
– contestó el chico mientras apuntaba su varita hacia
arriba y hacia abajo.

– Tienes razón, pero ¡no la muevas tanto! –
dijo Brujilda indicando la varita, – ¡Se van a desaparecer
las cosas!

– ¿Qué cosas, si no hay nada? – y ¡pataplín!
desapareció su escoba o mejor dicho, se volvió
invisible, pues él seguía volando por los
aires pero la escobita no aparecía por ninguna parte.
Brujilda lo ayudó, y con un rápido movimiento
de su propia varita volvió la escoba a su figura.

Luego la varita mágica de Yamagua salió disparada
por los aires y fue a parar a las manos de Brujilda.

– Mejor no uses tu varita mientras estás volando,
Yamagua. Sabes, tienes que aprender primero muy bien cómo
usarla y si se te está cayendo continuamente al suelo,
puede deteriorarse por completo. Te la llevo yo hasta que
regresemos a tu escuela.

– ¡Está bien! – respondió convencido
Yamagua. – Sí sé que a cada rato me salen
mal las cosas. Hasta hice volar a dos compañeros
de clases y quedaron colgando de un árbol de algarrobo,
cuando usé la varita por primera vez. Me castigaron
toda una tarde encerrado en la Gruta de los Gritos.

– Debes de tratar de no ser tan torpe, Yamagua. ¿Y
tú de qué vas a ir disfrazado a la fiesta?

– No sé si transformarme en Lagartija o en Caimán.

– Y yo no sé si volverme una Tortuga Charapa o una
Serpiente Esmeralda.
– Una Serpiente mejor no, Brujilda. Sabes que están
muy mal vistas desde que un grupo de transformistas serpientes
se peleó en una reunión, hicieron desastres
y acabaron arrancando del techo todas las lámparas
de la casa.

Eso es lo que he escuchado de los maestros en la escuela.

– Vamos a pensar muy bien en cuál animal vamos a
convertirnos porque no debemos ser tampoco muy pequeños
ya que no quiero acabar siendo presa de un dragón
o de un jaguar que vayan a asistir.

– ¿Tú crees?

Así dialogando paseaban los dos en sus escobas por
entre las nubes altas de la costa del Pacífico Sur.
El brujito Yamagua vestía su poncho a rayas blancas
y azules con un gorro que le caía sobre un ojo, como
lo recordaba Brujilda cuando le enseño las técnicas
del vuelo en la escoba.

Brujilda movía su varita y jugando lo transformaba
en caimán con poncho a rayas y su misma carita, por
unos instantes, diciendo:

– Trincas, trancas y barrancas,

¡Arriba zancas!

¡Que vuele el caimán sin trampas!

Lo miraba, movía la cabeza sin estar convencida de
lo que veía y luego volvía Yamagua a ser el
mismo brujito de antes. Ella llevaba como siempre su traje
de estrellitas resplandecientes y su sombrero puntiagudo.

Cuando se cansó de jugar con el chico, se transformó
ella misma en el aire en una serie de animales diferentes,
moviendo su varita mágica.

– Trincas, trancas y barrancas,

¡Arriba zancas!

¡Seré tortuga sin trampas!

Primero se volvió una Tortuga con vestido de estrellitas,
luego una serpiente con estrellitas resplandecientes sobre
la piel y sombrero de punta. Yamagua se reía de sus
transformaciones y así pasó el tiempo hasta
que llegaron a la Escuela y el brujito tuvo que regresar
a clases.

La brujita le entregó su varita mágica al
muchacho con grandes recomendaciones de no dejarla caer
y de usarla con prudencia. Se despidieron y decidieron verse
el día de la fiesta para viajar juntos al Castillo
de las Dunas.
Finalmente llegó la noche de la fiesta.

Yamagua, con un cuerpo escamoso debajo de su cabeza de brujito,
iba como Lagarto Mato con poncho a rayas, montado en su
escobita. Brujilda iba a asistir como una Tortuga Charapa
con su diáfano traje de estrellitas sobre un grueso
caparazón, montada en su escobillón volador.

Cuando llegaron a las puertas del Castillo de las Dunas,
en la puerta estaba
el dueño, el Mago Donoso, transformado en Caracol
con Turbante, recibiendo a los invitados. A los costados
de la entrada, en fila, se encontraban los camareros arañas
con muchas patas para servir manjares.

Llevaban fuentes con toda clase de viandas especiales y
suculentas y con vasos de bebidas de todos los colores como
verdes, anaranjadas y moradas. Otros camareros se ocupaban
de recoger escobas y coches que guardaban
en el Estacionamiento de Transportes en el patio del castillo.

Llegaban los invitados montados en toda clase de carruajes.
Algunos tenían forma de zapallo. Otros personajes
venían en caballitos mecedores de madera y otros
en escobas adornadas con cintas y cascabeles.

– ¡Bajen los puentes, suban las rejas, que yo quiero
entrar si tú me dejas! – exclamó la tortuga
Brujilda al llegar a la puerta, dirigiéndose al Caracol
con Turbante.

– ¡Adelante! – contestó Donoso. Se bajó
el puente y se subió la reja para que pudiera pasar
con su amigo, el lagarto Yamagua. Inmediatamente se volvió

a cerrar la reja y todo el que se acercaba debía
repetir la misma contraseña:

– ¡Bajen los puentes, suban las rejas,

Que yo quiero entrar si tú me dejas!

Felices de la algarabía, entregaron sus escobas a
los camareros e inmediatamente se encontraron en medio de
un gentío inigualable. Vieron dragones que echaban
fuego, hechiceros que volaban por los aires, gitanas que
leían la suerte, todo tipo de sapos y ranas con capas,
con sombreros de punta, con botas saltarinas, y también
bellas mariposas de colores brillantes que flotaban en el
aire llevando sus varitas en las manos y coronas de flores
en sus cabecitas.

Un feroz jaguar con capa y sombrero le pisó la cola
al lagarto Yamagua y la cola se le desprendió. Por
arte de birlibirloque el brujito se achicó y se convirtió
en lagartija.

– ¡Yamagua! – gritó la Tortuga Brujilda, –
¿dónde estás que no te veo?

– ¡Aquí estoy! – chilló la lagartija,
– ¡Me he achicado!

Brujilda se rió de lo torpe que era su amigo y, moviendo
su varita mágica exclamó:

– ¡Si un lagarto quieres ser,

Más grande te quiero ver!

Al instante, el brujito se convirtió en un caimán
y todos se alejaron de él con respeto. Llevaba siempre
su poncho a rayas pero ya nadie le pisaba la cola.
Se mezclaron con los invitados y vieron gente enmascarada,
gente transformada y diminutos personajes voladores que
daban a la fiesta un movimiento inusual.

Animaba la fiesta la orquesta de monos Cabeza de Algodón,
con música moderna.

Por todos lados colgaban globos y serpentinas.

La piñata, colocada en medio del jardín, tenía
forma de bola de cristal, y parecía un televisor
pues era mágica y representaba todo lo que pasaba
en la puerta de entrada.
Se veía llegar a una serie de personajes en caravana
que comparecían a la reunión. Todos debían
decir las palabras mágicas y cada vez que se subía
la reja y se bajaba el puente, los asistentes aplaudían
contentos.

Comieron, bailaron y volaron en medio del barullo. El Mago
Donoso anunció:
– Antes de irse, cada uno debe coger su escoba y tratar
de romper la piñata
a escobazos pues hay muchas sorpresas para todos.

– ¡Que viva! ¡Que viva el Mago Donoso, tan generoso!

Tanto saltó Yamagua convertido en caimán,
que la cola le bailaba entre la gente y todos se alejaban
de él para no recibir un coletazo. Por más
que Brujilda trataba de calmarlo, pegó un brinco,
feliz de las muestras de respeto que le daban los otros
invitados, y sin darse cuenta, dio un coletazo a la piñata.
Le abrió un agujero y cayeron por miles las langostas,
las hormiguitas y los grillos, horneados y recubiertos de
chocolate, que tanto les encantaba. Todos se acercaron a
recoger los dulces.

El brujito se atracó de golosinas, peleándose
con un oso hormiguero hasta que ya no pudieron más.
¡Una buena invención del Mago Donoso para acabar
con las plagas de insectos en la zona!

Poco a poco se fueron apagando las luces y comenzaron a
despedirse los invitados del Mago Donoso tan generoso. Brujilda
tuvo que despertar a Yamagua y los dos, convertidos nuevamente
en brujitos, se dirigieron de regreso a sus domicilios,
volando en sus escobas, cansados de tanta fiesta y de tanto
jolgorio.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Adriana
Alarco de Zadra