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Carla y el dragon Rodolfo
Cuevas Merino, Genoveva

Carla y el Dragón Rodolfo

Erase una vez una niña muy bonita, prudente y avispada llamada Carla, se sentía muy sola pues sus padres trabajan todo el día. Su abuelita María, durante el tiempo que ellos estaban fuera la cuidaba y la entretenía leyéndole cuentos, ayudándola a hacer los deberes y sobre todo enseñándole a cuidar las flores en el jardín de su casa cosa que le encantaba.
Pasaba el tiempo entre libros, pinturas y fantasía, se evadía de la realidad viviendo miles de aventuras a través de tan apasionadas lecturas. Una vez acabado de leer el libro sabía que nunca existió la historia que se contaba y ello la apenaba mucho.
Había leído y releído “la Historia Interminable”, ansiaba encontrar un día un libro como aquel, un libro que la transportara al mundo donde los cuentos se hacían realidad. Tenía un amigo llamado Román, el vecinito de al lado, le decía que despertara, que eso no era posible porque solo eran letras. -¿Solo letras?, ¿y cómo escribían sobre las mismas criaturas una y otra vez?, muchos escritores hablaban de monstruos, hadas, centauros, unicornios, dragones y ogros, algo tenía que ser verdad –
Carla, lloraba desconsolada, de tanto llorar las lágrimas caían sobre la medallita de dragón que le regaló su abuelita para su cumpleaños, la medalla empezó a brillar intensamente con chispas de colorines. Ella, lejos de asustarse, dejó de llorar, se secó las lágrimas y siguió hacia donde le guiaba ese resplandor. Llegó al ático, allí se escuchaban gruñidos y batir de alas. Abrió la puerta. Soltó un grito enorme al ver a un terrible monstruo plateado que gritaba y giraba sobre sí mismo.
Al percibir el grito, el enorme ser se paró y la miró fijamente. -No te asustes – Carla, se frotó los ojos, pero no, seguía allí, mirándola con esos ojos amarillos, que la atemorizaban, bueno, después de hablar, ya no tenía tanto miedo.
– Necesito tu ayuda, cércate, por favor- , dirigiéndose a ella, su voz se había vuelto grata, temblorosa y le preguntó que quería.
– Desátame las alas para que pueda volver al Reino Imaginario.
Carla asombrada dijo. -¿El Reino Imaginario?, ¿qué reino es ese? ¿Y quién o qué eres tú? -.
-El Reino Imaginario es el lugar que los niños han construido con su imaginación durante los siglos. Allí, vuestras criaturas imaginarias, nacemos y vivimos.
– Yo soy el Dragón imaginario que tu abuelita María, creó y te contó miles de veces. El dragón que imaginabas, que salía de tu cama y te llevaba volando lejos de aquí. Me llamo Rodolfo. Y no soy malvado, no temas, como frutas del bosque.
Me hechizaron y me quedé dormidito aquí. Pero tus lágrimas me ha despertado, mis alas siguen atadas con un hilo mágico que solo tú puedes cortar. Carla, cerró los ojos, y se imaginó unas tijeras mágicas de oro, cuando abrió los ojos, las tenía en su mano le cortó el hilo y Rodolfo, extendió las alas.
Estaba muy contenta, Rodolfo, la miraba como si adivinara su pensamiento. – Sube, Carla. Quiero que veas lo que los niños habéis creado con vuestra imaginación, quiero enseñarte mi mundo, vuestro mundo. Ella, montó en su lomo agarrándose en su cuello. Un círculo mágico se abrió ante ellos al pronunciar unas palabras: Rodolfo –Vamos a pasear-. Entraron, traspasaron el Arco Iris, lo que vio la llenó de alegría, ¡todos los seres mágicos conocidos y por conocer, estaban allí! Aprendió que nuestra imaginación era la que hacía que se comportaran de un modo u otro. No había ogros ni monstruos malos, si no queríamos que lo fuera. Nuestra imaginación podía volverlos buenos, malos, altos, bajos…
Carla vivió muchas aventuras con el dragón, y otros amigos, pero eso ya es otra historia.

Genoveva
01 02 2011