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El retablo de los duendes
Gil Blas Tejeira

EL
RETABLO DE LOS DUENDES
Gil Blas Tejeira (1901-1975)

Miguelito
se escurría frecuentemente de la triste realidad que
lo rodeaba, gracias a su estupenda imaginación y a
los cuentos y consejos que oía de los labios de la
señora Rosa, la vieja lavandera y narradora de El Calvario.

Y
a fe que había mil razones para aquel muchacho tratara
de escaperse del sórdido ambiente de su hogar. Hijo
de Tomasón, el colchonero del pueblo, y de Lorenza,
reputada chichera, vivía en una modesta casa, acompañado
por sus dos hermanitas y un hermanito, menores que él.

La
vida no era muy placentera. tomasón no hacía
mucho dinero con la industria de colchones. La gente del pueblo
dormía en catres y la preponderancia de la lona desplazaba
los mullidos colchones hacia los lechos matrimoniales únicamente.

Cuando
Tomasón trabajaba, las cosas andaban mal, pues la lana
vegetal con que rellenaba los colchones despedia fibrras sutiles
que se intruducían hasta los pulmones de Miguel y sus
hermanitos, obligándolos a correr la labor de su padre
con incontenibles golpes de tos. Había que salir huyendo
para deshacerse de aquella mortificación.

Prefería
Miguelito estar en casa cuando Tomasón no trabajaba
en colchones. Por que entonces su padre se sentaba en un taburete,
tomaba una larga y oscura tabla, extendía sobre ella
fragmentos de hojas de tabaco y los labraba y unía
con auxilio de un poco de engrudo, hasta dejarlos convertidos
en cigarros delgados de penetrante fragancia.

Pagaba
muy poco aquel trabajo de labrar tabacos. No había
mejor provecho que la colchonería . Y Tomasón,
el gigante del pueblo, se pasaba los días cavilando
sobre la manera de hacer más dinero y darle mejor vida
a Lorenza y a sus cuatr vástagos.

Cuando,
para espantar las penas, el colchonerose daba a la bebida,
Miguelito se aterrorizaba. Bien sabía él como
se las gastaba su papá con su pobre mamá. La
increpeta duramente, la hacia responsable de su miseria y
terminaba por arrojarlas al suelode un empellón.

Pasaba
la juma, el gigante se sentía de nuevo bueno. Expresamente,
nada decía a Lorenza que hiciera referencia a los maltratos.
Pero se hacía más suave y cariñoso hasta
cuando nuevas libaciones lo llevaban otra vez a olvidarse
de ser decente.

Todo
aquello chocaba a Miguelito. Por eso, por las noches se iba
al patio de la señora rosa a oir cuentos, para vivir
en el deleitoso mundo de lo irreal.

Y
la vieja era una gran narradora. Miguelito le bebía
literalmente las palabra, sus pintorescas descripciones de
los príncipes de los cuentos, que un día vestían
de plata para al otro presentarse de oro, de las princesas
maravillosas, rubias y de ojos azules siempre.

Había
tambien consejas del lugar. Y de ella ninguna s atraía
tanto a Miguelito como la de los duendesde El Coralillo, la
señora Rosa los había visto. Era verdad que
existían.

–»hijitos
–dijo ella una noche al nutrido grupo de muchachos que,
en verdad en cuclillas sobre sobre una estera, escuchaban
a la Scharazada vernacular–. Yo he visto los duendes
con estos ojos que se han de comer la tierra , como los estoy
viendo a ustedes y aún mejor, porque los he visto de
día. La primera vez, siendo chica, los vide mientras
lavaba con mi mamá en el río. Los vide en el
fondo del agua clara. Se habían llegadodo callaitos
hasta la orilla opuesta a onde mi mamá y yo lavábamos.

Era pleno medio día. Había mucho sol y a mí
el hambre me mordía laas entrañas, porque apenas
comenzaba a fumar tabaco y todavía no tenía
las defensa que esto de contra la falta de almuerzo. A los
que los vide, yo lancé un grité ellos se desaparecieron.
Cuando mi mamá oyó lo que le dije se santiguo
y dijo: «Jesus, María y Jose si eran los duendes
hijita. Y too por que tu tienes los ojos rayaos y ellos creen
que eres de su clase».

–»Después
–continuó refiriendose la señora Rosa–
he vuelto a ver los duendes varias veces. Y donde más
se aparecen es en El Coralillo, donde dicen que tienen su
cueva llena de muchas cosas lindas con las que atraen a los
muchachitos.

Ellos les muestran los juguetesa las criaturas y cuando se
acercan se lo llevan y al día siguientese encuentran
ahorcados entre bejucos del monte. Así le pasó
al hijito de un extranjero que vino hace muchos tiempo, antes
que ustedes nacieran y que ya se murió».

Luego,
la señora Rosa le dio más datos sobre los duendes
. Eran, según ella les había oído decir
a los viejos de su tiempo, unos ángeles caídos.
Cuando Luzbel se rebeló contra Dios, San Miguel lo
arrojó del cielo y con él se vinieron abajo
todos los ángeles malos. Satanas se encerró
en el infierno con los peores, de donde salen a tentar a los
cristianos. Pero unos ángeles castigados por Dios,
no quisieron irse con el Diablo.

Por eso andan sueltos por los montes y tienen sus cuevas muy
escondidas donde se refugian para que Satanas los deje tranquilos.
Cuando encuentran un niño se lo llevan y se lo mandan
a Satanas para que este crea que es un duende y pierda la
cuenta. Pero ¡que va! al Malón nadie lo engaña.

–¿Y
los duendes son tan malos como el diablo? –apuntaba Miguelito.

–Hijo,
como El Malino naiden es tan malo. Pero los duendes no son
tan buenos por que si lo fueran no tentarían a las
criaturas pa llevárselas y despúes ahorcarlas.

–Pero
yo no puedo creer –observó Miguelito con timidez–
que los duendes sean tan malos por que ellos no están
en el infierno con el diablo, y, además, en mucho tiempo
no se han llevado de aquí ningún ninñito.
A mí me gustaría verme con los duendes.

–¡Jesus,
criatura, no hables disparates! –dijo la señora
Rosa–. No sabes lo que estas diciendo. Si yo con sólo
oírlos les tengo miedo. Porque a los duendes todo el
mundo puede oírlos. Vete a El Coralillo, pega un grito
y verás. La gente de letra dice que lo que se oye es
el eco, pero es mentira. El eco sólo contesta la última
parte y allí la voz que se oye y que es la de los duendes,
lo repite todo, todo igualito. Ve para que los oigas, pero
no vayas solo porque te llevarán los duendes.

–¿Y
es verdad, señora Rosa, que los duendes pueden dar
virtud?

–Sí,
eso dicen. Tú no habías nacío cuando
eso pero aquí un tipo le decían Concha-e-armao,
porque era recogío de espalda como un armao. Ese, siempre
que salía a cazar, regresaba con un venao, un puerco-e-monte
o cuando menos con un conejo. Lagente decía que era
que tenía una piedrita azul que le habin dao los duendes.
Un día, concha-e-armao fue a cazar y no regresó
más. Lo encontraron por la gallinacera.

Parecía que se había asuicidao porque se había
quitao una alpargata y con el dedo grande del pie había
jalao el gatillo teniendo el c´ñon de la escopeta
en la boca. Pero too era pa hacer ver, porque la verdá
es que fue que los duendes le cobraron la virtú que
le habían dao.

–Y
si los duendes se encuentran conmigo y me dan juguetes o me
dan una virtud ¿qué pasa?

–Je,
hijo; que te la cobran y después te llevan pa onde
El Malo.

–¡Ay,
señora Rosa! Yo quisiera encontrarme con lso duendes
de El Corallillo porque viene la Noche buena y muchos muchachos
tienen juguetes y yo en once años que tengo ya cumplidos
nunca he tenido uno porque dice mi papá que él
es muy pobre para gastar la plata en juguetes.

Ahora mismo quisiera un trompo de lata y un tambor de los
que han venido a la tienda del chino. ¡Ay, señora
Rosa! Yo quiero ver a los duendes a ver si es verdad que me
regalan todo lo que yo quiero.

–¡Ay,
hijo! Se conoce que no sabes lo que hablas. Los duendes son
de El Malino y lo adoran como si fuera Dios. deja esos malso
pensamientos.

Era
la semana de Navidad. Miguelito empujado por sus deseos, se
había ido muy temprano a El Coralillo. Era éste
un paraje no muy lejos del pueblo, por donde corría
un arroyo cristalino, sombreado por grandes árboles
de cornonzuelo y por mangos de distintas clases.

En ciertas partes del arroyuelo parecía estancado,
para salir adelante, corriendo entre la yerba húmeda
y fresca. Se introducía el arroyo en una huerta inmediata,
siempre sombreada por arboles corpulentos. Miguelito, anhelante,
comenzó a gritar:

–¡Duendes!
¡Duendes!

De
pronto, sintió una voz melodiosa que le hablaba a su
espalda:

–Aquí
estamos. ¿Qué deseas?

Miguelito
sse sintio más lleno de sorpresa que de miedo. Ahí
a dos pasos de él, había trres muchachitos rubios,
vestidos como los niños que él viera una vez
en un catálogo que despertara en él grandes
ansias de tener dinnero para comprar las bellas ropas allí lucidas.

Los tres duendes eran del tamaño de Miguelito. LLevaba
los cabellos largos y en respos, caidos sobre los hombros.
Eran rubiccundos, más que los hijos del alemán
del pueblo. Y los ojos, muy azules, estaban llenos de extraña
malicia.

–Buenos
días, Miguelito –contestó por todos el
que parecía ser jefe del grupo–. Mucho me alegro
que hayas venido a verneos. Yo me llamo Ildaboach y éstos
son mis compañeros, Baal y Moloch.

Te suenan raros estos nombres ¿verdad? Pues nosotros,
los duendes, llevamos nombres muy viejos. A veces son nombres
de buenos ángeles, a veces de ángeles tenidos
por malos.

–Yo
soy Miguelito, pero ya me he dado cuenta de que ustedes me
conocían antes que le dijera mi nombre.

–¿Y
como no habíamos de conocerte Miguelito? –terció
el llamado Baal– Nosotros todo lo sabemos. Y cuando en
las noches ustedes están en el patio de la vieja Rosa
oyendo cuentos, cada vez que mientan la palabra duendes, nosotros
nos acercamos. Sabíamos que tú querias vernos
y hablarnos y estamso dispuestos a complacerte.

–Sí,
–terció Moloch, hasta entonces silencioso–.
No tienes más que pedir. Supongo que los primero que
querras será ver dónde tenemos nosotros nuestros
juguetes, ¿verdad?.

Y
como Miguelito hiciera un gesto de asentamiento, Ildaboach
hirío el suelo con el pie izquierdo, que iba calzado
con sandalia, y surgió una especie de gruta de la que
salían extrañas fosforescencias.

–Entra
–dijo Molch a Miguelito– que nosotros te seguiremos.
Penetró Miguelito en al cueva, seguido por los duendes.

Y
sus ojos se abrieron de srpresa al contemplar la más
maravillosa colección de juguetes que él jamas
hubiera soñado.

Había
unos tambores pintados a toso color, caballos, con alas, con
reudas otros, blancos, manchados, colorados, con sillitas
de cuero con tachelas dee oro y reamches de piedras brillantes.

Y
vio Miguelito también unos trompos de palta con cintas
de sieete colores. Y había escopetitas muy bellas y
cañoncitos, violines y acordeones, bolitas de coloraciones
fan´tasticas que despedían de su interior misteriosas
luces. Y pudo ver jugueetes nunca por el soñados y
otors que correspondían a sus experiencias coo diminutos
fonógrafos que tocaban músicas encantadoras
cuando uno de los duendes lo hacía funcionar.Y todo
estaba cuidadosamente arreglado en nítidas vidrieras.

–Estos
es bello –dijo Miguelito–. Yo que creía que
en las tiendas del pueblo se encontraban todos los juguetes
que un niño podía desear.
Rió con suficiencia Ildaboach y dijo:

–Nada
tienen los hombres, Miguelito, que los duendes no tengamos
mejor.

–¿Y
puedo yo llevarme algún juguete de éstos?

–Si
–dijo Baal– te vas a llevar tres juguetes, pues
nosotros ya habiamos convenido darte la primera vez cada uno,
uno. Escógelos tú mismo y procura que sean objetos
que puedas cargar.

Miguelito
se sintio desconcertado. ¿Por dondé comenzatía
su colección ? ¡había tantas cosas que
llevar! En los caballitos, que tanto le atraían, no
había que pensar pues pesaban demasiado. Dio vueltas,
muchas vueltas, hasta cuando se decidio por tres objetos que
le pareccieron maravillosos: un trompo de plata con los siete
colores, una escopetita de viento y una bola de cristal de
cuyo centro salían luces multicolores, sin que el ojo
humano lograra percibir el origen de aquellas irradiaciones.

–Te
hemos dado lo que nos habia pedido –explicó Ildaboach–.
ahora tenemos que pedirte a ti un favor.

Se
lleno de extraños temores Miguelito. Pensó que
había llegado el momento de adquirir un compromiso
semejante al que le costó la vida y posiblemente al
alma a Concha-e-armao. Miró a los tres duendes con
los ojos angustiosos, más se serenó un tanto
a l oirlos reir de buenas ganas y mucha musicalidad.

–No
creas en cuentos –manifestó Ildaboach–. No
vamos a pedirle la vida ni el alma. ¿Qué ganaríamos
con ello?Si quisieramos hacerte daño, no necesitaríamos
hacer trato contigo. Con facilidad con que abrimos cuevas
llenas de juguetes de un zapatazo, podemos aniquilarte.

Con que fuera temores y escucha. Sabes que dentro de pocos
días los cristianos van a celebrar la Noche Buena.
Lo único que te pedimoses que nos dejes a nosotros
hacer un nacimiento en tu casa. Porque hay algunas cosas que
nosotros, con todo nuestro poder, no podemos hacer sin el
permiso de un cristiano.

–Pero
si yo no quiero otra cosa –expresó Miguelito lleno
de contento– ¡al fin, van a haber nacimiento en
casa, que nunca lo ha habido! ¡Como se van a poner de
contentos Efraín, Laura y Sofía!

Más
de pronto, una sombra de duda nubló sus ojos:

–Pero,
¿ y cómo van ustedes a hacer para que no los
vean?

–¡Cómo
ignoras tú lo que somos los duendes! –terció
Maloch–. El asuntoes muy sencillo. La noche del 24, como
por arte de magia, en el cuarto donde tú duermes con
tus hermanitos, habrá un nacimiento. Nadie sabrá
quien lo llevo allí . más todos se sorprenderán
porque será algo que el pueblo nunca he visto.

Los
tres duendes rieron significantivamente. al fin el jefe dijo:

–Puedes
ya irte, Miguelito. Más recuerda esto: No digas, por
nada del mundo, nada de lo acaba de pasar entre nosotros.
Ni expliques, por supuesto, dónde obtuviese estos tres
juguetes que te hemos dado en señal de aprecio.

–Costará
trabajo –explicó el hijo del colchonero–
porque mi papá no tiene plata para comprar juguetes
baratos, menos puede tenerla para conseguir éstos,
que no los hay en las tiendas del pueblo.

–Pues
entonces, deja los juguetes y no hay trato– dijo Baal.

Pero
Miguelito, ante el temor de perder aquellas maravillas, se
comprometió a callar.

Y
emprendió el camino de regreso, sin saber si estaba
despierto a soñaba.

En
casa surgieron inmediatamente problemas insuperables. Sus
hermanitos, al ver los tres portentosos juguetes, comenzaron
a saltar de alegría y a preguntar en coro:

–¿Dondé conseguiste esas cosas tan lindas, Miguelito?

Tomason
y Lorenza también se mostrabansorprendidos y hasta
alarmados. Temieron que Miguelito hubiera cometido robo, pero
pronto comprobaron que en las tiendas no habían juguetes
como aquéllos. Y ante súplicas y amenazas Miguelito
mantuvo estricto silencio.

El
más sorprendente de los tres juguetes era el trompo
de siete colores. Miguelito que desconocía sus virtudes,
no fue el menos sorprendido cuando, por el mero toque de un
resorte, el trompo comenzaba a zumbar en el aire y a la vez
una melodía nunca antes oída que siendo bella,
era a la vez tétrica, tan tétrica que dejaba
a quien la oía con el espiritu confuso, como ante la
proximidad de una ineludible desgracia.

–No
bailes más ese trompo, que parece cosa del diablo–fue
la protesta detodo el que oyó la música del
regalo de los duendes.

La
bola de cristal también ejercía una mala influencia
sobre quienes trataban de ver de dónde venían
sus multicolores irradiaciones. No se es posible mirar a la
entraña de aquella esfera sin sentirse presa de las
más contradictorias melancolías.

En
cuanto a escopetita de viento, cada vez se disparaba con ella
caía sin que se supiera de dónde, un ave canora,
muerta a los pies del que la disparaba.

Miguelito
comenzó a actuar en forma anormal y sus compañeros
y parientes terminaron por mirarlo como a brujo. El, por su
parte, esquivaba encontrarse con el cura, anciano de cuyas
manos recibiera más de una absolución de sus
infantiles pecados y la eucaristía.

En
la escuela terminó por sentarse solo. El maestro lo
sorprendió varias veces hablando para si y repitiendo
distraído: Ildaboach, Baal, Moloch.

Los
dos últimos nombres tenían sentido para el maestro,
no así el primero. Pero no podía contateanar
qué relación había entre ellos y su transformado
discípulo.

Tras
un lapso de sobresaltos para Miguelito, quien sólo
por temor no había vuelo a El Coralillo a devolver
a sus blondos amigos los desasosegante juguetes, llegó el 24 de diciembre.

Miguelito
se sentía a dos dedos de la demencia. Presumía
lo que iba a ocurrir aquella noche; la casa miserable donde
vivía, hediendo a tabaco y llena de sutil fibra de
lana vegetal, iba a ser adornada por los duendes con un nacimiento.
Y ya él sabía cómo eran sus rubios protectores
de fantásticos para hacer las cosas.

Y
todo ocurrió con precisión. A las primeras horas
de la noche y sin que nadie supiera cómo ni por dónde,
en el cuarto de los hijos del colchonero se notó una
luz intensa. Miguelito fue el primero en acudir a ver la maravilla,
mas por falta de dominio sobre sus nervios que por deseos
de confrontar la realidad.

Allí
estaba el nacimiento maravilloso. Era alto hasta llegar al
techoy largo hasta cubrir el suelo. Y estaba iluminado por
ascuas de vivos colores que alumbraban figuras de reyes magos,
pastores y animales de muchas especies. Cada figura era del
tamaño de la mano abierta de Miguelito. Y ofrecían
la particularidad de que todas, hasta la de los animales,
llevaban en los labios una sonrisa sabia y burlesca, como
la sonrisa de los duendes autores de aquella maravilla.

Sobrecogido
estaban Tomasón, Lorenza, los hermanos de Miguelito
y él mismo, buscando a la luz de las acuas todas las
imágenes y cosas allí arregladas con arte infernal.
Mas de pronto se sintieron aterrorizados hasta el máximo.
Magos, pastores, ángeles y animales comenzaron a moverse.
Buscándose para tomarse de las manos y ejecutar una
ronda extravagante alrededor de un pesebre.

¡Y
en el pesebre había, no un Niño, sino un muñeco
repugnante, negro, de ojos aviesos, con un pañal de
la tela dorada, coronada la cabeza por unos cuernos deslumbrantemente
negros y con los pies en forma de patas de macho cabrío!
Y su boca abierta en una horrible sonrisa, mostraba dos dientes
repugnantes y amarillentos.

Miguelito
dio un grito terrible, un ¡ay! desgarrador, y cayó
de la cama, Sus hermanitos despertaron sobresaltados y su
madre se levantó de su lecho para acudir a su socorro.

Y
el colchonero, con voz fuerte, de bajo profundo, le inquirió por el motivo de su espanto.

–¡Papá!
¡Papá! ¡Los duendes! ¡El nacimiento
de los duendes!

–Lorenza
–dijo Tomasón con energía– no quiero
que este muchacho vaya más a oírle los cuentos
a esa vieja charlatana de El Calvario. Mira cómo está
asustado. Seguramente que estaba soñando con las patrañas
de Rosa.

–Asi
será Tomás. Pero después de todo, mejor
que haya despertado. Ya es hora de comenzar a arreglarse para
la Misa del Gallo y Miguelito tiene edad suficiente para que
oiga la primera…