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El vestido de Valeria
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EL
VESTIDO DE VALERIA

Tararí,
tachín, tachín, tachín!!!!

El
circo irrumpió en el barrio con su luminoso cascabeleo.
Y ya no hubo paz para Valeria.

Primero
fue la banda con ese tambor que ella miraba desde abajo; y
esas cornetas

-¡Tararí
! – relucientes, con flecos rojos y los platillos: ¡Tachín,
tachín !. Más atrás el elefante disfrazado
de rey, y en su lomo un monito con cascabeles…¡ Y
todos con esos uniformes tan llenos de botones dorados!.

Se
instalaron en su cuadra, dos casas más allá
de la suya en el baldío y ella vivió todo el
ajetreo preliminar a la función.

Enterraron
los postes, levantaron las carpas, colocaron las gradas. Golpeaban
y clavaban; daban gritos y corrían y se enojaban.

Luego
pusieron el aserrín sobre la pista. Los chicos del
barrio miraban y miraban; y Valeria, contenía la respiración
agitada.

Valeria
se enamoró perdidamente del circo y el día de
la primera función fue el más feliz de su vida.
Apagaron las luces. Los tambores empezaron a tocar suavecito…y
mientras alguien anunciaba no sabía qué, un
reflector dirigió su luz rosada hacia arriba.

A
partir de eses momento todo fue un sueño. La trapecista
se hamacaba, volaba, bailaba en el aire. ¡Qué
hermosa era!.¡Etérea como una mariposa!. Ese
día lo decidió: cuando fuera grande…¡sería
trapecista!.

Durante
dos meses Valeria vivió la fiebre del circo. Conoció
a Betita, que era la hija del dueño del circo, y hacía
pruebas en una alfombra roja. Cuando Valeria le preguntó
por qué no era trapecista como la hermana, Betina respondió:


Es que no tengo el vestido ..¿sabés?.

Se
contaron todos sus secretos, se mostraron sus cosas… Valeria
le enseño+o el vestido nuevo que le hicieron para su
cumpleaños. El vestido celeste, ancho y fruncido, salpicado
de puntitos brillantes. ¡tan bonito!. Betina quedó arrobada al verlo.

-Se
parece al de mi hermana….

Primero
se lo puso Betina; corrió unos pasos saltaditos, como
hacía su hermana al salir a la pista, saludó graciosamente con la mano.

Después
se lo puso Valeria y repitió la escena. Y sintió
los tambores suavecito… Valeria hecha luz, Valeria hecha
Sol; Valeria allá arriba; Valeria en el aire, uno,
dos y tres. El trapecio es blando y el aire algodón.
Valeria girando…Valeria…

– ¡ Valeria !. ¿ Vamos a jugar ?.

La
voz de Betina le hizo ¡plop ! el sueño. Su sueño…burbuja
de jabón-

– ¿Tu hermana querrá enseñarme a hacer
pruebas en el trapecio?

– ¡ Claro que si ! Total ya tenés el vestido….

Ese
día quiso más que nunca a Betina. En los días
siguientes planearon todo: Valeria se iría con el circo.

Planearon
tantas y tantas cosas… Un día ella volvería
con el circo y todos irían a verla. ¡ Papá
y mamá se pondrían muy orgullosos!

Cuando
llegó el tan esperado día, Valeria entró
corriendo en la cocina, y declaró triunfante:

– ¡Voy a ser trapecista!

– ¿Ah, si?, que bien. ¿Y dónde, si se puede
saber?.

– ¡En el circo de Betina!.

Luego
hizo un paquete y salió corriendo. Sin saludar, porque
si le daba un beso a su mamá, seguro iba a llorar.

Betina
la esperaba. Qué triste estaba el baldío…Todo
era diferente. Ni la banda, ni los uniformes. El elefante
tenía puesta una manta marrón, y el monito,
de la mano del payaso sin un solo cascabel. Valeria apretaba
el paquete contra el pecho que le hacía toc-toc muy
fuerte.


Vení, te voy a esconder en el carromato; después
mi papá no dirá nada.

Pero
Valeria no escuchaba. Tenía la boca seca y estaba muy,
muy asustada.

– ¡Apuráte, vamos a salir!.

Pero
Valeria no se movió.

– ¿No querés venir con nosotros? – preguntó Betina.

Valeria
le dijo que no con la cabeza, no podía hablar…

Betina
la abrazo fuerte.

El
circo se puso en marcha, silenciosa, lentamente…

Cada
vez se alejaban más. Iban llegando a la esquina…pronto
doblarían. Valeria apretaba el paquete contra el pecho.
De pronto empezó a correr tras la caravana.

– ¡Betina!. ¡Esperáme!.

El
camión se detuvo.

Valeria,
jadeante, le alcanzó el paquete con el vestido.


Llevátelo. Así podés subirte al trapecio,
¿sabés?.

Ahora
se sentía más liviana. Se sentía, también
un poco sola, un poco triste. Con los bracitos lacios a los
costados sin saber que hacer.

Cuando
el último camión dobló la esquina empezaba
a anochecer.

Al
pasar por el baldío se detuvo. Le pareció ver
de nuevo el querido trapecio. Cerró los ojos. Otra
vez las campanillas le cosquilleaban por el cuerpo. El tamborcito
sonaba suavecito…y el trapecio allá arriba…¡Y
en él Betina!. ¡Betina con su vestido celeste!.

Betina, ¡ mariposa almidonada!. Betina ya podía ser trapecista.