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Las hadas
Perrault, Charles

LAS
HADAS

CHARLES
PERRAULT

Érase
una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le parecía
tanto en el carácter y en el físico, que quien
veía a la hija, le parecía ver a la madre. Ambas
eran tan desagradables y orgullosas que no se podía
vivir con ellas. La menor, verdadero retrato de su padre por
su dulzura y suavidad, era además de una extrema belleza.
Como por naturaleza amamos a quien se nos parece, esta madre
tenía locura por su hija mayor y a la vez sentía
una aversión atroz por la menor. La hacía comer
en la cocina y trabajar sin cesar.

Entre
otras cosas, esta pobre niña tenía que ir dos
veces al día a buscar agua a una media legua de la
casa, y volver con una enorme jarra llena.

Un
día que estaba en la fuente, se le acercó una
pobre mujer rogándole que le diese de beber.

—Como
no, mi buena señora, dijo la hermosa niña.

Y
enjuagando de inmediato su jarra, sacó agua del mejor
lugar de la fuente y se la ofreció, sosteniendo siempre
la jarra para que bebiera más cómodamente. La
buena mujer, después de beber, le dijo:

—Eres
tan bella, tan buena y, tan amable, que no puedo dejar de
hacerte un don (pues era un hada que había tomado la
forma de una pobre aldeana para ver hasta donde llegaría
la gentileza de la joven). Te concedo el don, prosiguió
el hada, de que por cada palabra que pronuncies saldrá
de tu boca una flor o una piedra preciosa.

Cuando
la hermosa joven llegó a casa, su madre la reprendió
por regresar tan tarde de la fuente.

—Perdón,
madre mía, dijo la pobre muchacha, por haberme demorado;
y al decir estas palabras, le salieron de la boca dos rosas,
dos perlas y dos grandes diamantes.

—¡Qué
estoy viendo!, dijo su madre, llena de asombro; ¡parece
que de la boca le salen perlas y diamantes! ¿Cómo
es eso, hija mía?

Era
la primera vez que le decía hija.

La
pobre niña le contó ingenuamente todo lo que
le había pasado, no sin botar una infinidad de diamantes.

—Verdaderamente,
dijo la madre, tengo que mandar a mi hija; mirad, Fanchon,
mirad lo que sale de la boca de vuestra hermana cuando habla;
¿no os gustaría tener un don semejante? Bastará
con que vayáis a buscar agua a la fuente, y cuando
una pobre mujer os pida de beber, ofrecerle muy gentilmente.

—¡No
faltaba más! respondió groseramente la joven,
¡ir a la fuente!

—Deseo
que vayáis, repuso la madre, ¡y de inmediato!

Ella
fue, pero siempre refunfuñando. Tomó el más
hermoso jarro de plata de la casa. No hizo más que
llegar a la fuente y vio salir del bosque a una dama magníficamente
ataviada que vino a pedirle de beber: era la misma hada que
se había aparecido a su hermana, pero que se presentaba
bajo el aspecto y con las ropas de una princesa, para ver
hasta dónde llegaba la maldad de esta niña.

—¿Habré
venido acaso, le dijo esta grosera mal criada, para daros
de beber? ¡justamente, he traído un jarro de
plata nada más que para dar de beber a su señoría!
De acuerdo, bebed directamente, si queréis.

—No
sois nada amable, repuso el hada, sin irritarse; ¡está
bien! ya que sois tan poco atenta, os otorgo el don de que
a cada palabra que pronunciéis, os salga de la boca
una serpiente o un sapo.

La
madre no hizo más que divisarla y le gritó:

—¡Y
bien, hija mía!

—¡Y
bien, madre mía! respondió la malvada echando
dos víboras y dos sapos.

—¡Cielos!,
exclamó la madre, ¿qué estoy viendo?
¡Su hermana tiene la culpa, me las pagará! y
corrió a pegarle.

La
pobre niña arrancó y fue a refugiarse en el
bosque cercano. El hijo del rey, que regresaba de la caza,
la encontró y viéndola tan hermosa le preguntó
qué hacía allí sola y por qué
lloraba.

—¡Ay!,
señor, es mi madre que me ha echado de la casa.

El
hijo del rey, que vio salir de su boca cinco o seis perlas
y otros tantos diamantes, le rogó que le dijera de
dónde le venía aquello. Ella le contó
toda su aventura.

El
hijo del rey se enamoró de ella, y considerando que
semejante don valía más que todo lo que se pudiera
ofrecer al otro en matrimonio, la llevó con él
al palacio de su padre, donde se casaron.

En
cuanto a la hermana, se fue haciendo tan odiable, que su propia
madre la echó de la casa; y la infeliz, después
de haber ido de una parte a otra sin que nadie quisiera recibirla,
se fue a morir al fondo del bosque.

MORALEJA

Las riquezas, las joyas, los diamantes
son del ánimo influjos favorables,
Sin embargo los discursos agradables
son más fuertes aun, más gravitantes.
OTRA MORALEJA
La honradez cuesta cuidados,
exige esfuerzo y mucho afán
que en el momento menos pensado
su recompensa recibirán.