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El interes, por el interes economico, nos mata
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ALGO
MÁS QUE PALABRAS

EL INTERÉS,
POR EL INTERÉS ECONÓMICO,
NOS MATA

Las atmósferas de intereses económicos, que
nos rondan y ruedan como guindas salvavidas por las plazas
de los corazones, nos tapan hasta volvernos ciegos, con su
tapia de goces a la carta, incluso nos vuelven sordos, sin
tacto alguno ante el contacto del gusto por los latidos del
verso que todos llevamos dentro, aquellos que brotan del níveo
horizonte del interés por lo humano, verdadero atractivo
de vida, del que somos pasotas declarados, como si la existencia
se pudiera comprar con dinero. ¡Qué difícil
es ser humano en un mundo que nos entierra de cosas! Sin embargo,
las cosas del corazón están de capa caída.

Se
ha olvidado que el ser humano es un niño en continuo,
y como tal, necesita crecer hacia dentro. Hace días
me contaba José Montero Vives que llevaba algún
tiempo leyendo y releyendo el libro “Hojas paterno-escolares
del Ave María, escrito por don Andrés Manjón,
en 1916. Esta obra, que ahora él ha reeditado, es el
fruto maduro de una larga experiencia –veintisiete años
de brega en los suburbios granadinos- en un ambiente, con
frecuencia refractario a la educación: analfabetismo
muy extendido, falta de vivienda digna, malas costumbres,
fuerte inmoralidad, machismo arraigado, alcoholismo frecuente,
paro endémico y un largo etcétera. A pesar de
todo eso, el fundador de las Escuelas del Ave María,
no se desanimó y escribió lo que podemos llamar
un tratado de educación familiar, con el deseo de ayudar
a los padres en la difícil tarea de llevar a buen término
la educación de los hijos.

Pienso
que vale la pena –le decía a José Montero
Vives- recuperar las ideas allí expuestas por ser valiosas
– los pensamientos grandes, no se achican, se engrandecen
con el tiempo- en un mundo mercantilista, donde las personas
en continuas situaciones, son consideradas pura mercancía,
puro negocio, endoso de compra y venta. Más que nunca
necesitamos criterios rectos para organizar debidamente la
familia, el universo de las relaciones humanas, la vida misma.
Desdeñamos a los grandes maestros, que no es otro que
don ejemplo, olvidamos que la educación se acuna desde
la cuna y que hay que ejercer la autoridad de padres con discreción,
oportunidad y moderación; mandar poco y bien, y lo
bien mandado hacerlo cumplir con decisión y eficacia,
sin dejarse vencer por antojos, ni lágrimas.

Frente
al volcán de disgregaciones sufridas y demás
violencias domésticas, donde ya no se rompen vajillas
-las cosas-, sino que se matan seres humanos, casi siempre
la persona más débil, la madre; todo ello, sumado
al diluvio consumista, potenciado por las grandes multinacionales,
se me ocurre reivindicar saberes perdidos, los que en otro
tiempo ejemplarizó don Andrés Manjón,
y que por su hondura espiritual y humana, son medicina sana
para toda la eternidad. El fundador de las Escuelas del Ave
María enjuicia duramente a los padres que descuidan
la educación de sus hijos, aquellos que el matrimonio
fue una aventura; la procreación, una conquista; el
estado conyugal, un negocio; el nacimiento de un hijo, un
accidente de la vida; la cría del mismo, una carga
de quien le parió; la recría y educación,
función de ayos y maestros; la permanencia en el hogar,
sólo a la hora de comer y dormir… En esto, como en
tantos valores de vida, hace tiempo que hemos perdido el tren
de la coherencia. Para desgracia, lo educativo también
lo hemos convertido, en interés por parte del político
de turno, y así España, se ha convertido en
un laberinto educativo a merced de intereses mercanti-partidistas.

Quizás
alguien pueda pensar que me invade el pesimismo. Si partimos
de que la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa, las situaciones
tan interesadas que soportamos, con más paciencia que
el santo Job, sobre todo las económicas, reconozco
que me causan pánico. Lo que nos sucede, bajo un clima
de mercado sin corazón, clama al cielo y nos reclama
actuaciones aquí en la tierra. Es mi opinión,
claro está. Pero sumado a lo anterior, añada
la pasión científica que se ha puesto de moda,
sin importarle para nada el alma de la persona, donde investigar
con células madre embrionarias significa apostar por
un criterio económico en vez de ético, por un
juicio sin juicio, en el que los fetos, ancianos y discapacitados,
no cuentan para nada; porque su coste de producción
es nulo en una sociedad endemoniada por la compraventa, que
pretende anularnos como seres vivos pensantes.

Víctor
Corcoba Herrero
– Escritor-