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El pasmo de la vida,
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ALGO MÁS QUE PALABRAS
  EL PASMO DE LA DUDA

 Cuando el pensador Octavi Fullat, catedrático de Filosofía de la Educación , escribió la emblemática obra titulada «el pasmo de ser hombre», hizo una reflexión apasionada y dramática sobre la educación, seguramente pensando en formar seres aptos para gobernarse a sí mismos y no para ser gobernados por el legislativo de turno, dispuesto a ejecutar acciones en nombre nuestro, a poco que nos dejemos.

La pregonada idea de que somos unos ciudadanos con más derechos, por tener una colección de leyes para todo, no significa necesariamente que desaparezcan las injusticias, ni mucho menos que estemos amparados contra los que toman la justicia por su mano. Lo mismo sucede con el tema educativo, la cuestión no es tener más centros de educación, sino mejores educadores que sepan aplicar y transmitir conocimientos y actitudes de maduración para poder discernir con voluntad propia, que es de lo que se trata.

Libertad no siempre bien entendida, a pesar de que como apuntó don Quijote, sea uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Lo que no pongo en duda es que reflexionar, y poner el oído en el oponente, sea una buena medida para tomar rumbo responsable, cuando no sabemos dónde. Eso de excluir, al que no piensa como nosotros, lo veo como un empobrecimiento.

El bien común exige dialogar todos con todos. Unas recientes declaraciones de Mariano Rajoy denunciando que «desde septiembre no habla con Zapatero; no quiere hablar ni pactar nada conmigo», son verdaderamente elocuentes del despropósito. Bajo esta premisa, ¿a quién no le invade el pasmo de la duda? Sobre todo, cuando el aluvión de asuntos pendientes que yacen en la penumbra de una nación, más parcelada en la división que parcelada en la unidad, se acrecientan.

A veces da la sensación de que la política se ha convertido en una profesión interesada, que sólo se mueve por el interés del voto, en vez de un servicio desinteresado, que aminore crispaciones, lo que exige un asiduo esfuerzo personal de comprensión para poder consensuar posturas que den estabilidad y garantía.

Algo que el pueblo pide a gritos, comprensión y conversación, parlamento y acuerdos. Me parece, además, una mezquina lección cualquier intoxicación que ponga en entredicho la fidelidad a los principios irrenunciables, de los que depende la dignidad del hombre y la justicia. Cuidado, pues, con sacar pecho e ilusionar al pueblo bajo el disfraz de: «crecemos, redistribuimos y ahorramos».

Lo cierto es que hemos comenzado el año con una inflación muy alta, superior al crecimiento económico, y coincidente con un incremento en el precio de la vivienda y de los tipos de interés que se suma a los anunciados aumentos de transporte, luz, agua, gas. No podíamos comenzar el año peor en cuanto a subidas de precios. Un auténtico descontrol que desborda el endeudamiento de las familias que ya tienen gastadas (y desgastadas) todas las tarjetas de crédito de tanto usarlas porque no llegan a final de mes.

De las deudas pasamos a las dudas y de las dudas a los dimes de la vulgaridad. ¿Cómo ajustar cuentas donde sólo hay divagaciones? Para colmo de males, las migajas sociales tampoco llegan a las muchas necesidades que tienen el crecido número de excluidos que genera esta sociedad de consumo. El millón y medio de personas que no pueden valerse por sí mismas también esperan, como agua de mayo, los milagros de la ley de Autonomía personal. Veremos si no se desesperan al igual que esas mujeres que sufren auténticos calvarios familiares, que son cazadas a tiros o a navajazos rajadas como si fuesen una presa, por sus maridos/ ex – maridos/, compañeros/ ex – compañeros.; a pesar de que haya visto la luz, en el oficial boletín del Estado, una vanagloriada ley contra la violencia de género. Sinceramente, todos estos y aquellos desvaríos, hacen que tenga en mí tanto esa duda voluntaria, de no tener por verdadero lo que la ley dice a tenor de los muchos incumplimientos, como esa otra duda involuntaria que hace sentirme vacilante ante tantas oscuridades y desconciertos.

En una sociedad que, por diversas razones, cultiva la duda y el cinismo, el miedo y el rechazo, la inmadurez y la mediocridad, poco se puede hacer por la alianza de civilizaciones, por esa juventud que se hace mayor y a la que se siembra de dudas respecto a conceptos tan profundos como el de comprometerse por amor. Los jóvenes desean hacerlo y, por ello, se les debe acompañar, con proyectos de verdadero futuro, para que puedan descubrir que es posible la fidelidad, frente a tanta inseguridad afectiva, al igual que la realización como personas a pesar de la feroz competitividad. Octavi Fullat llegó a decir que si no hay Dios, todo está permitido. Realmente, si falla esa búsqueda de lo Absoluto y se deteriora la vida afectiva, las incertidumbres y los dilemas tan propios del momento presente, aumentan; comenzando por la propia identidad de cada cual, el sexo, y hasta el propio hogar. ¿Cuántos añoran tener una familia hoy en día? Este sentimiento, me da la impresión, que también ha crecido, siendo uno de los motivos por el que nos decrece el ánimo. En consecuencia, todo anda como muy supeditado al signo de la duda, cuando se pierde el sentido común y se recupera lo rastrero e insensible. Ayala nos da una receta alentadora para no perder puntada de vida.

«No cerrar los ojos al mundo es esencial para vivir mucho», ha dicho. Con el corazón abierto, pues, nos adentramos en este dos mil seis, bajo el incentivo de que la duda razonable es también madre del descubrimiento y padre de los sabios. Lo malo es que hay mucha duda irrazonable que nos ha vuelto irracionales. En ocasiones, falta ese punto de humildad, rechazo de las apariencias y expresión de la profundidad del espíritu humano, para fomentar la interlocución desprendiéndonos de toda jactancia, vanidad, insensatez e ira. Puede ser un buen propósito para no llegar a poner en duda nuestra propia duda.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net