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El recurso de las armas no es la soluci?n
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EL
RECURSO A LAS ARMAS
NO ES LA SOLUCIÓN

Victor Corcoba Herrero

Anoche me quedé con mi abuelo a respirar el aire fresco
del atardecer. Lo empleamos en bucear periódicos. Llegó
la noche, casi sin enterarnos. Más tarde, nos sorprendió,
una legión de vínculos, tanto familiares como
amigos, que se sumaron a nuestro ocio. Que no es el de la
ociosidad, sino más bien, el del discernimiento. Somos
familia lectora y avenida a la charla. Nos entusiasma conversar
bajo el manto silencioso de las estrellas. Siempre solemos
hacer, aunque parezca raro, lo mismo: comentar los periódicos.
Sobre todo las secciones de editorial, opinión y cartas
al director. Cuando se incorpora toda la estirpe, hasta el
tercer grado y otros que tienen el grado gratificante de la
amistad, resulta de lo más fructífero. Los diálogos,
contrapuestos en la mayoría de las veces, son auténticos
baños de conciencia y de búsqueda hacia lo verdadero,
bueno y justo. En ocasiones nos sorprende la madrugada. Sobre
todo si el tema lo requiere y es sábado. Téngase
en cuenta, que cada parte, y somos de todas las edades y pensamientos,
expone sus puntos de vista, pero escucha también la
exposición de la situación que presentan otros,
aceptando las diferencias, rarezas y especificidades de cada
cual. Ya se sabe, cada persona somos un mundo. Aunque a mi,
personalmente, me gustaría que fuésemos un universo.
Es más estético y, por ende, más ético.

Dicho
lo anterior, convidaré al lector con la vivencia última,
convivencia o encuentro, de tan singular linaje, del que yo
soy un miembro más. Sobrepasábamos la treintena
de devotos a la palabra. Esta vez, nos adentramos en el tema
del recurso de las armas, que no es la solución, ni
tampoco es lo más justo utilizarlas. ¿Cómo
podrá establecerse la paz cuando una de las partes
utiliza las armas y no se preocupa de considerar las condiciones
de existencia de la otra? Antes, y aquí estábamos
de acuerdo toda la estirpe, hemos de proponer y estudiar todas
las fórmulas posibles de honesta conciliación,
sabiendo unir a la justa defensa de los intereses y del honor
de la propia parte una no menos justa comprensión y
respeto hacia las razones de la otra parte, así como
las exigencias del bien general, común a ambas. Además,
¿no es cada vez más evidente que todos los pueblos
se necesitan unos de los otros?. Hay que desarmar la tierra
y armarla de amor, para que el prójimo se aproxime,
y el acercamiento prevalezca sobre los de división
y de odio, al que hemos de decirle adiós, aunque perdamos
fuerza, pero ganaremos paz. Tampoco la guerra preventiva es
procedimiento para calmar tempestades y colmar gozos, como
algún estado poderoso quiere vendernos.

A
golpe de bombas se bambolea la dignidad inalienable del hombre.
Y así nadie respeta a nadie. Existen demasiadas individualidades
y poderes injustos, que no benefician en manera alguna la
sociabilidad de los hombres. Proliferan excesivos leones que
quieren dominar la tierra a su antojo. No se cortan. Utilizan
el terror bajo sus garras acaudaladas y pudientes. Son como
dioses altaneros. Han olvidado su vocación a caminar
juntos con los más débiles, mediante un encuentro
convergente de inteligencias, voluntades y corazones, hacia
el objetivo de la paz, de hacer del mundo, un espacio verdaderamente
habitable para todos y digno de todos. La exclusiva exclusión,
como la esclavitud de los clanes y jerarquías, genera
violencia, engaños y traiciones. La muerte llega sin
distinción, y a veces sorpresivamente, como esa piedra
que lanzamos y nos vuelve a la cara.

Si
no queremos abonar una guerra mundial, hemos de profundizar
en los muchos instrumentos de paz que posee el derecho internacional
para hacerse escuchar. Esa debe ser la línea a seguir,
el horizonte a conquistar. De ninguna manera, sometido al
juicio de mi estirpe, la guerra es una forma de resolver situaciones
insostenibles. No se pueden conciliar intereses concretos
opuestos o hacer prevalecer condiciones. Uno mismo como una
nación, por muy poderosa que sea, no resuelve nada
si no escucha a la otra parte. El egoísmo ciego del
poder por el poder revienta y empuja a la contienda. Al igual
que la mentira táctica y deliberada, tácita
y endiosada, enrarece el diálogo y exaspera la agresividad.
Sin duda, el fracaso de diálogo, anima la carrera de
armamentos y desanima la de hermanarse. Eso es lo que hay
que globalizar, el hermanamiento de identidades bajo el cultivo
de las culturas.

A
pesar de tantas voces que se alzan en favor de la justicia,
lo cierto es que la tierra es una bolsa tremenda de contrariedades
injustas. De igual modo, que ninguna persona admite vivir
entre rejas, tampoco los pueblos quieren ser dominados al
capricho de los poderosos. Los buenos resultados económicos
no pueden militarizarse. Deben solidarizarse, compartirse.
Sólo así, conseguiremos un orden internacional
más justo. Y no hará falta armarse hasta los
dientes. Tampoco el pesimismo y el desaliento son buenos consejeros.
Es posible la paz, pero no desde la guerra, y sí desde
la escucha, desde el compartir perdonando, abriendo los brazos
en abrazo, haciendo por los demás lo que se quiere
para uno mismo. Ojalá seamos conscientes de nuestra
vocación de ser, contra viento y marea, los pacificadores,
los poetas por la paz.

Víctor Corcoba Herrero
– Escritor-