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Los intereses pueden a las palabras
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ALGO
MÁS QUE PALABRAS

LOS INTERESES PUEDEN

A LAS PALABRAS

Más que las ideas, creo que nos separan los intereses.
Se podrá insistir en la promoción de un cambio
cultural y tecnológico, así como en un modelo
de crecimiento que contemple un mayor empleo de las energías
renovables, pero al final los beneficios pueden a las palabras.
Son muy pocos los que actúan con transparencia. Sondeos
recientes llevados a cabo por alguna organización no
gubernativa, y de ámbito internacional, nos hablan
de que los ciudadanos ven a los partidos políticos
como lo más corrupto, y, lo que es peor, piensan que
la corrupción está profundamente asentada en
algunos países y con síntomas de crecer. La
esclavitud de los intereses políticos y económicos
ahí están, como una aplastante cordillera encima
del corazón humano, para hacer juego con nuestros pensamientos
y moviéndonos a su antojo. Los efectos ya los tenemos,
cuando hay rentas de por medio es muy difícil la libertad
y hacer justicia, lo que hace disparar las desigualdades que
tanto padecemos a diario.

Metidos hasta los dientes en usuras, réditos y dividendos,
hace que el mundo viva un momento de grandes peligros. Por
ello, resulta franco pensar en la amenaza del terrorismo,
esta nueva guerra donde se mezclan tantos intereses, y que
se desarrolla sin confines y sin fronteras. De poco sirven
ya las palabras, los pactos entre caballeros. El temor a las
armas nucleares o biológicas no es infundado cuando
el caudal de contaminaciones interesadas es peor que una crecida
de río. La emergencia de un mercado negro es una realidad.
Ya se sabe que interés sobre interés interesado
hace un mar podrido y una tierra irrespirable. Así
surge esta cultura ilustrada que aborrega, que queda sustancialmente
definida por la ganancia de la utilidad. Todo lo basa en el
interés, es como un valor fundamental que lo mide todo.
Lo más tremendo es que se mezclan unos intereses con
otros. A veces se pierden fuerzas cuando han de ganarse para
negociar asuntos de Estado con otros países. Nuestro
prestigio, en parte, ha perdido verbo porque no llamamos a
las cosas por su nombre. Ya es hora de hacer patria antes
que partido.

También es momento de poner orden al desconcierto de
intereses que nos llega como un huracán a los labios,
a veces fomentado por minorías ciudadanas, que soportamos
cada cual como podemos. Hay malestar político en una
España desconcertada, por más que nos digan
que es mentira. El malestar es también social entre
unas culturas y otras. Se da también un cierto malestar
espiritual y, sobre todo, una crisis de identidad. La tolerancia,
en ocasiones, se convierte en indiferencia. No vayan a señalarnos.
La zozobra nos intranquiliza, nos deja un sinsabor que apenas
podemos dormir tranquilos, es un hecho tan real como la vida
misma. Deberíamos volver a estudiar la ley natural,
donde el interés es nulo, porque es fundamental encontrar
el cimiento para individuar responsabilidades, para cimentar
una acción que no sólo responda a la acción,
sino también al deber y a la moral.

En la vida actual, donde se mezclan tantos sucios intereses,
parece casi deshonesto hablar de Dios, como si fuese una embestida
a la libertad de quien no cree. Sin embargo, me parece necesario
y justo volver a descubrir, la voz que nace del corazón
humano. Pretender escucharla y oírla desde dentro,
puede ser una buena terapia para reencontrarnos. Ahora que
la cristiandad organiza su propia ruta espiritual por Europa,
no estaría demás reflexionar sobre nuestra propia
ruta interna. A lo mejor estamos tan perdidos como con la
identidad europea. “Las tradiciones al exilio y, el
interés, al poder como signo de seducción”
–me silva Quevedo y Villegas, don Paco, el padrino de
don dinero-. El aliciente tiene guasa.

Por
lo pronto ya se han alzado también nuevas voces posesivas
que intentan eliminar la Navidad como sea. Pienso que la comercial
les va a costar un poco más. Ellos, en el fondo, están
por alterar su auténtico espíritu, caracterizado
por el recogimiento, la sobriedad, una alegría que
no es exterior, sino íntima. Pero, curiosamente, sólo
el cristianismo es el punto de mira. Las celebraciones judías,
hindúes o musulmanas no se consideran una amenaza,
sino un signo bienvenido de diversidad cultural y una señal
de acogida. Lo importante es que suene bien, como lo de talento
y talante, y que el pueblo siga confundido o confuso. Que
lo conjugue como quiera. El interés político
manda y gobierna, lo demás al cesto de los romances
que ya nadie aviva, porque muerto Jaime Campmany ya no hay
heredero con tanto temple que nos cante las cuarenta y nos
haga tilín/tolón como el burro de Morón.

Si me lo permite el lector, antes de irme, yo también
quisiera dejar sobre el tapete mi interés, ofertando
ocho retos –que para nada riman- por si algún
poder me lo demanda. Podrían ser éstos: La defensa
de la vida por encima de todo interés. En la misma
onda, la promoción de la familia, por aquello de hacer
familia humana desinteresada. Que suba también el mínimo
vital para esos pobres sometidos a severos impuestos con los
que se sufragan todo tipo de comilonas a los amantes del sillón
y la buena mesa. Que el respeto de los derechos humanos en
todas las situaciones, con especial atención a las
categorías de personas más vulnerables, como
los niños, las mujeres y los inmigrantes, sea en justicia
igual, también para los desiguales que todavía
dormitan entre cartones. Que el desarme no sea un cuento chino
para tenernos entretenidos. Medicina para todos, que todos
somos de Dios. Salvaguardia del entorno natural y corte de
mangas para el interés.

Lo
malo es que las palabras son enanos y los ejemplos son gigantes
que se crecen con el capital del tanto tienes, tanto vales.
También se ha perdido esa casta de caballeros que se
avergonzaban de que sus palabras fuesen mejores que sus actos.
Hasta el planetario lo hemos convertido en un sucio negocio.
¡Santo cielo! ¿Hay otro planeta que me quiera
como yo quiero querer? Si así es, me traslado aunque
tenga que pedir excedencia profesional.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net