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Escucharon, Lice, los dioses mis promesas
Horacio

HORACIO
Oda IV, 13

Les belles Lettres. París, 1946.
Traducción de Brenda Sánchez

Escucharon, Lice, los dioses mis promesas,
los dioses escucharon, Lice: te haces vieja, sin
embargo, no sólo quieres parecer hermosa
y juegas, sino también bebes desvergonzada,
y, ebria, provocas al perezoso Cupido con tu
canto tembloroso. Él pasa la noche entre las
mejillas hermosas de Quías, lozana
y diestra en el tañer la cítara.
Pues, inalcanzable, atraviesa volando las secas
encinas y se aleja, puesto que [te afean] tus
dientes amarillentos, puesto que te afean tus
arrugas y las nieves de tu cabeza.
Ni las púrpuras de Cos ni las piedras preciosas te
restituyen ahora los momentos que una vez
el día efímero encerró guardados
en célebres fastos.
¿Adónde huyó Venus, ¡ay!, o adónde el color,
adónde el gracioso movimiento? ¿Qué conservas
de aquella, de aquella que inspiraba amores,
que me había arrebatado a mí,
feliz, después de Cinara y rostro conocido
también por sus agradables habilidades? Pero
dieron escasos años a Cinara los hados, que
conservarán largo tiempo a Lice
igual a los tiempos de una vieja corneja para que
los fogosos jóvenes pudieran ver
no sin mucha risa
su antorcha deshecha en cenizas.