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Francesca
Flores, Manuel Maria

MANUEL
MARÍA FLORES

FRANCESCA

La
tierra en donde vi la luz primera
es vecina del golfo en que suspende
el Po, ya fatigado, su carrera.

Amor,
que sin sentir el alma prende,
a éste prendó del don, que arrebatado
me fue de modo que aun aquí me ofende.

Amor,
que obliga a amar al que es amado,
juntónos a los dos con red tan fuerte
que para siempre ya nos ha ligado.

Amor
hiriónos con terrible suerte;
y está Caín de entonces esperando
aquí al perverso que nos dio la muerte.

Palabras
tan dolientes escuchando,
incliné sobre el pecho la cabeza,
«¿en qué —dijo el Poeta— estás
pensando?»

Y
respondí, movido de tristeza
—«¡Ay de mí! ¡Cuánto
bello pensamiento,
cuánto sueño de amor y de terneza

»los
condujeron al fatal momento!».
Y vuelto a ellos «¡oh, Francesca! —dije—,

al corazón me llega tu lamento;

»y
de tal modo tu dolor me aflige,
que las lágrimas bañan mi semblante.
Pero tu triste voz a mí dirige,

»y
dime de qué modo, en cuál instante,
cuando tan dulcemente suspirabais,
y en el fondo del alma, vacilante,

»tímido
aún vuestro deseo guardabais.
¿Dime de qué manera inesperada
os reveló el Amor que os adorabais?»

Ella
me respondió: «¡Desventurada!
¡No hay pena más aguda, más impía,

que recordar la dicha ya pasada

»en
medio de la bárbara agonía
de un presente dolor!… Y esa tortura
la conoce muy bien el que te guía.

»Mas
ya que tu piedad saber procura
el cómo aquel amor rasgó su velo,
llorando te diré mi desventura».

Leíamos
con quietud y grato anhelo
de Lancelote el libro cierto día,
solos los dos y sin ningún recelo.

Leíamos…
y en tanto sucedía
que dulces las miradas se encontraban
y el color del rostro se perdía.

Un
solo punto nos venció. Pintaban
cómo de la ventura en el exceso,
en los labios amados apagaban

los
labios del amante, con un beso,
la dulce risa que a gozar provoca.
Y entonces éste, que a mi lado preso

para
siempre estará, con ansia loca
hizo en su frenesí lo que leía…
temblando de pasión besó mi boca…
y no leímos más en aquel día.