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La canci?n del invierno
Dario, Ruben

LA
CANCIÓN DEL INVIERNO

Llueve.
Negras nubes cubren el cielo azul
y ocultan el sol,
la luz, que, iluminando y calentando los cuerpos, calienta
e ilumina las almas.

Hace
frío; hay oscuridad. También hay frío
en el corazón y nieve en el alma.

El
invierno crudo, con sus nieves y el cierzo que azota, marchita
las flores.

En
invierno, los días son oscuros como las noches.

En
el sepulcro reina la eterna noche.

Cuando
hay dulce tristeza, se duerme, y entonces se
sueña y son rosados los sueños.

En
la tumba, donde también se duerme,
¿como serán,
¡oh Dios!, los sueños? Cuando se despierta,
se sonríe al recuerdo de las delicias
que vimos en el reposo. Luego,
se frunce el ceño y se nubla la frente, estamos junto
a la realidad, los sueños fueron sueños nada
más.

En
la tumba, ¿no hay despertar? ¿No vienen tras
forjadas ilusiones, hirientes realidades? ¿No habrá
perfumes de flores, brillo de estrellas, luz de aurora, risas
angélicas,
calor celestial en el espíritu? ¡Oh!, las almas
no tienen, de seguro, nieblas invernales, flores marchitas,
nubes que oculten los luceros, borrascas que despedacen las
barquillas, espinas ni dardos para el corazón, ni zarzas
que arranquen las plumas de sus palomas inocentes.

En
el mundo, después de la tibieza del sol en el día
y los resplandores plateados de la luna, los rayos luminosos
de las estrellas y los dulces rumores en las noches de la
primavera y el estío, viene el invierno. ¡El
invierno que da frío y que marchita las flores y las
ilusiones y con ellas
la vida!

El
invierno es triste,
es sombrío para los que no tienen
calor que conforte el cuerpo y alegres ilusiones
que animen el alma.

Pero
bendito eres, viejo invierno, cuando se oye caer
la lluvia con lentitud, y la niebla densa nos rodea, y el
frío llega con esa perezosa indolencia que nos invade,
en tanto que, envueltos en suaves pieles, sentimos la luz
que a la naturaleza falta, en el alma, y la primavera que
se
aleja, en el corazón.

Oímos
cantar a los pájaros, zumbar las abejas, mecerse en
su tallo, graciosas, las azucenas, aspiramos el perfume de
los heliotropos y los jazmines, escuchamos el rumor de la
brisa en los altos árboles y vemos el rocío
perlado que humedece la verde grama. Todo eso,
dentro del corazón.

¿Hay
nieve?

¡Bien
venida! ¡Cómo se va a blanquear esa lluvia
de plumas de cisne!

¿Hay
frío?

No
se siente; dentro del pecho hay una hoguera
que da vida, calor, luz.

¿Está
todo mustio, marchitas las rosas,
sin hojas los árboles?

El
alma está sonriendo. Allí hay flores cuyo perfume
embriaga, allí nacen, crecen y son bellas, divinas
plantas, hay allí música, armonía, versos,
que animan, mientras con los ojos medio cerrados soñamos
y alcanzamos ver, tras el manto gris del cielo, el rosa y
azul de la aurora, con su sonrisa cepuscular.

Hace
frío y llueve y nieva. Al teatro, al baile, donde mil
y mil luces brillan. En las chimeneas arde el fuego; la música
vibra triunfante, y en medio de las risas juguetonas , se
bailan los valses que dan vértigo, en tanto que las
ilusiones vuelan y giran como locas mariposas. Los ojos brillan
negros y profundos unos, azules y tiernos otros, y los labios
rosados se agitan murmurando las dulces palabras. Y se oye
caer la lluvia, y a la luz de los faroles se ve la nieve como
una sábana de plata,
y se dice en tanto:

-¡Qué
bello! Sí, es muy bello así el invierno.

Qué
horrible cuando se siente en el corazón y reina en
el alma, y nos trae el frío que mata. Pasa y vuelve
la primavera, y él aún no se aleja.

Pero
cuando las rosas no se marchitan
y las mariposas
no dejan de volar, en el jardín del ensueño,
es hermoso
ver blanquear los techos, ver los árboles sin hojas
y
el cielo plomizo. Alegre, acaricia el oído el ruido
acompasado de la lluvia.

¡Bendito
seas, viejo invierno!

RUBÉN
DARÍO