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La noche buena
Especial Navidad

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LA NOCHE
BUENA
Julian del Casal

-¿Cómo
estás tan triste en medio de la común alegría?
-Ni podéis comprender entre vuestro nido y vuestro
tumulto, lo que causa mi tormento.
-Vamos, levántate, joven. A tu edad se tienen fuerzas
y valor para gozar.-¡Ah, no, no puedo gozar! /.o que.
falta está demasiado lejos de mi.;Es algo tan elevado
y tan bello como las estrellas del cielo !

Los
pueblos católicos conmemoran, en la noche de hoy, el
naci­miento del hijo de Dios. Todo el mundo recuerda la
leyenda cris­tiana, inmortalizada por la pluma de los
santos padres y por el pincel de los pintores cristianos.
El cuadro bíblico se dibuja con todas sus líneas
y con todos sus colores en el lienzo anchuroso de la imaginación.
Allí vemos surgir al blondo niño de entre la
paja del pesebre; las figuras unidas, grave !a una y sonriente
la otra, del humilde carpintero y de la hermosa hebrea, alrededor
de la mísera cuna: la masa bronceada del buey y el
lomo erguido de la mula azorada, arrojando humo por las fauces
entreabiertas. Después miramos avanzar, por el camino
solitario, al resplandor de lumíni­ca estrella,
a los tres reyes magos: Melchor, con su túnica azul
y su manto de armiño; Baltasar, con su veste roja y
su calzado ama­rillo; Gaspar, con su vestidura anaranjada
y sus sandalias moradas, cargados respectivamente de oro,
mirra e incienso para verterlos a las plantas del recién
nacido.
Donde quiera que se conmemore esta fecha, se encuentran la
misma alegría y las mismas diversiones. Las calles
se engalanan,

Los
pueblos católicos conmemoran, en la noche de hoy, el
naci­miento del hijo de Dios. Todo el mundo recuerda la
leyenda cris­tiana, inmortalizada por la pluma de los
santos padres y por el pincel de los pintores cristianos.
El cuadro bíblico se dibuja con todas sus líneas
y con todos sus colores en el lienzo anchuroso de la imaginación.
Allí vemos surgir al blondo niño de entre la
paja del pesebre; las figuras unidas, grave !a una y sonriente
la otra, del humilde carpintero y de la hermosa hebrea, alrededor
de la mísera cuna: la masa bronceada del buey y el
lomo erguido de la mula azorada, arrojando humo por las fauces
entreabiertas. Después miramos avanzar, por el camino
solitario, al resplandor de lumíni­ca estrella,
a los tres reyes magos: Melchor, con su túnica azul
y su manto de armiño; Baltasar, con su veste roja y
su calzado ama­rillo; Gaspar, con su vestidura anaranjada
y sus sandalias moradas, cargados respectivamente de oro,
mirra e incienso para verterlos a las plantas del recién
nacido.
Donde quiera que se conmemore esta fecha, se encuentran la
misma alegría y las mismas diversiones. Las calles
se engalanan,
Los pueblos católicos conmemoran, en la noche de hoy,
el naci­miento del hijo de Dios. Todo el mundo recuerda
la leyenda cris­tiana, inmortalizada por la pluma de los
santos padres y por el pincel de los pintores cristianos.
El cuadro bíblico se dibuja con todas sus líneas
y con todos sus colores en el lienzo anchuroso de la imaginación.
Allí vemos surgir al blondo niño de entre la
paja del pesebre; las figuras unidas, grave !a una y sonriente
la otra, del humilde carpintero y de la hermosa hebrea, alrededor
de la mísera cuna: la masa bronceada del buey y el
lomo erguido de la mula azorada, arrojando humo por las fauces
entreabiertas. Después miramos avanzar, por el camino
solitario, al resplandor de lumíni­ca estrella,
a los tres reyes magos: Melchor, con su túnica azul
y su manto de armiño; Baltasar, con su veste roja y
su calzado ama­rillo; Gaspar, con su vestidura anaranjada
y sus sandalias moradas, cargados respectivamente de oro,
mirra e incienso para verterlos a las plantas del recién
nacido.
Donde quiera que se conmemore esta fecha, se encuentran la
misma alegría y las mismas diversiones. Las calles
se engalanan, ya de cortinas, ya de carteles embadurnados
de colores chillones; las tiendas ostentan limpias .sus fachadas
y rellenos sus anaqueles de objetos deslumbradores; las campanas
se echan a vuelo, turbando con sus sonidos el silencio de
las altas regiones; y los niños colocan, en el alféizar
de la ventana, a la hora de dormirse, preciosos zapáticos
que las madres se encargan de llenar de golosinas.
Los almacenes de comestibles son los que se ven más
concurridos. Penetrando en el interior de uno de ellos, se
han visto los demás. Al trasponer el umbral, lo primero
que se presenta a la vista es el árbol de Navidad,
hecho de ramas de laurel y ornado de cucuruchos rojos azules
y verdes, con filetes de papel morado, dentro de los cuales
se encuentran deliciosas confituras. Bajo la sombra de sus
hojas, inclinadas al peso de sus frutos simulados, los pavos
muestran sus carnes amarfiladas, bajo el pellejo color de
oro quemado; los lechones grasientos, tostados al horno, nadan
en su propia salsa; las barras de turrón, ya amarillentas,
ya rosadas, ya de un blanco lechoso, rellenas de frutas multicolores,
dividen los comestibles amontonados en el mostrador; y los
largos salchichones, en-vueltos en papel de plomo, cuelgan
de mugrientos cordeles o re-cortados en menudas rodajas simulan
hostias rojas, embutidas de tocino y rellenas de granos de
pimienta, escalonadas en las conchas de porcelana. Alrededor
de los comestibles enumerados, se encuen-tran esparcidos,
como por manos mágicas, infinitas golosinas, propias
para satisfacer el gusto más exigente y deleitar el
más estragado paladar.
Pero el que más se divierte, en esta noche, es el pueblo
bajo de la capital. Apenas ha oscurecido, no se puede transitar
a pie por las calles. Las turbas invaden las aceras, deteniéndose
absortas ante las vidrieras de los establecimientos; aglomerante
en las esquinas;. temiendo ser atropelladas por los carruajes;
penetran en las tabernas. atiborrándose de alcohol;
entran en los teatros, dispuestas a interrumpir al actor en
lo más culminante de su papel; y se refugian por ultimo,
en los templos católicos, donde escuchan la misa media
noche, no con místico recogimiento, sino con la curiosidad
silenciosa de los que van a un espectáculo que sólo
presencian anualmente una sola vez. Oída la misa del
gallo, el populacho se desborda, en grupos compactos por las
calles de la población, lanzando al aire gritos es­tridentes,
ya al sonido agudo de la guitarra, ya a los golpes secos de
la pandereta. Nada más imposible que atravesar por
sus filas, sin sentir el empuje de un brazo vigoroso o recibir
una granizada de injurias. Enardecido por el alcohol e impulsado
por sus ins­tintos, ábrese paso rápidamente,
como si inspirase el mismo temor que una manada de lobos furiosos
cautivos algún tiempo y libres ya de sus pesadas cadenas.
¡Feliz el hombre que puede, en noche semejante, sentarse
a la mesa de su hogar, cubierta de limpio mantel, cuya blancura
inma­culada sólo cortan los manjares humeantes,
mientras los seres que­ridos se agrupan a su alrededor,
bajo la luz ambarina de la lámpara que disipa las sombras
y reanima los semblantes con su alegre cla­ridad! ¡Triste
del artista solitario que, ahuyentado por la algarabía
callejera y perseguido por el enjambre de sus recuerdos, se
guarece temprano en su desmantelada buhardilla, sin que el
estruendo de la muchedumbre hormigueante le permita hojear
en silencio sus libros favoritos, concluir el poema empezado
o verter sus lágrimas amargas!

HERNANI
La Discusión, 24 de diciembre de 1889.