
LA
SALA LIMPIA DEL OLOR A RANCIO
DE UNA
VIEJA
A Nicolaza Romero
Sobre
mi abuela Nicolaza han caído los años.
Pero
éstos no la han derrotado.
Yo
la comencé a recordar desde mis siete años.
Cuando
mi abuelo murió yo no sé cuantos tenía.
La
noche que mi abuelo Gabriel, ya muerto,
me
sacó del rancho, cogièndome por uno de
los
dedos del pie, dándome vueltas.
Yo
la quise más.
Eran
las vueltas que ella conocía de la vida.
Yo
vi brotar sus primeras lágrimas.
Osvaldo
desapareció en su viaje a Venezuela.
Pablo,
otro de mis tíos, también murió.
Sus
nietos entraban y salían de su casa
de
todos y para todos alcanzaba.
Ella
era el tiempo mismo.
Ahora
se ve vieja y abandonada.
Las
largas caminatas a Orihueca
se
han trocado en olvido.
La
ciudad que ella abandonaba por Isabelita
ha
herido a sus vástagos.
Nadie
la quiere en su casa.
La
insensibilidad es la dueña de sus corazones.
Prefieren
el cuarto vació para la T.V. a colores.
La
sala limpia del olor a rancio de una vieja.
La
tacañería no permite rasgar el bolsillo.
Adoran
la fragilidad de sus platos
y
Se estremecen por el llanto del equipo de sonido.
Qué muera rápido he oído
decir de la vieja Romero.
Ya
deben haber comprado el lote
para
enterrarte con floristería de primera.
El
carruaje suplantará la visita que esperaste un día.
FEDERICO
SANTODOMINGO