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Los hijos infinitos
Blanco, Andres Eloy

Los hijos infinitos

Andrés Eloy Blanco

Cuando se tiene un hijo,

se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,

se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga

y al del coche que empuja la institutriz inglesa

y al niño gringo que carga la criolla

y al niño blanco que carga la negra

y al niño indio que carga la india

y al niño negro que carga la tierra.

Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños

que la calle se llena

y la plaza y el puente

y el mercado y la iglesia

y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle

y el coche lo atropella

y cuando se asoma al balcón

y cuando se arrima a la alberca;

y cuando un niño grita, no sabemos

si lo nuestro es el grito o es el niño,

y si le sangran y se queja,

por el momento no sabríamos

si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra.

Cuando se tiene un hijo, es nuestro el niño

que acompaña a la ciega

y las Meninas y la misma enana

y el Príncipe de Francia y su Princesa

y el que tiene San Antonio en los brazos

y el que tiene la Coromoto en las piernas.

Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala,

todo llanto nos crispa, venga de donde venga.

Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro

y el corazón afuera.

Y cuando se tienen dos hijos

se tienen todos los hijos de la tierra,

los millones de hijos con que las tierras lloran,

con que las madres ríen, con que los mundos sueñan,

los que Paul Fort quería con las manos unidas

para que el mundo fuera la canción de una rueda,

los que el Hombre de Estado, que tiene un lindo niño,

quiere con Dios adentro y las tripas afuera,

los que escaparon de Herodes para caer en Hiroshima

entreabiertos los ojos, como los niños de la guerra,

porque basta para que salga toda la luz de un niño

una rendija china o una mirada japonesa.

Cuando se tienen dos hijos

se tiene todo el miedo del planeta,

todo el miedo a los hombres luminosos

que quieren asesinar la luz y arriar las velas

y ensangrentar las pelotas de goma

y zambullir en llanto ferrocarriles de cuerda.

Cuando se tienen dos hijos

se tiene la alegría y el ¡ay! del mundo en dos cabezas,

toda la angustia y toda la esperanza,

la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega,

si el modo de llorar del universo

el modo de alumbrar de las estrellas.

Píntame angelitos nuevos

¡Ah mundo! La negra Juana,

¡la mano se le pasó!

Se le murió su negrito,

sí, señor.

– ¡Ay compadrito del alma,

tan sano que estaba el negro!

Yo no el acataba el pliegue,

yo no le miraba el hueso;

como yo me enflaquecía,

lo medía con mi cuerpo,

se me iba poniendo flaco,

como yo me iba poniendo.

Se me murió mi negrito;

Dios lo tendría dispuesto;

ya lo tendrá colocao

como angelito del cielo..

Desengáñese, comadre,

que no hay angelitos negros.

Pintor de santos de alcoba,

pintor sin tierra en el pecho,

que cuando pintas tus santos

no te acuerdas de tu pueblo;

que cuando pintas tus vírgenes

pintas angelitos bellos,

pero nunca te acordaste

de pintar un ángel negro.

Pintor nacido en mi tierra,

con el pincel extranjero;

pintor que sigues el rumbo

de tantos pintores viejos,

aunque la virgen sea blanca,

píntame angelitos negros.

No hay un pintor que pintara

angelitos de mi pueblo.

Yo quiero angelitos blancos

con angelitos morenos.

Ángel de buena familia

no basta para mi cielo.

Si queda un pintor de santos,

si queda un pintor de cielos,

que haga el cielo de mi tierra

con los tonos de mi pueblo,

con su ángel de perla fina,

con su ángel de medio pelo,

con sus ángeles catires,

con sus angelitos blancos,

con sus ángeles morenos,

con sus angelitos indios,

con sus angelitos negros,

que vayan comiendo mango

por las barriadas del cielo.

Si al cielo voy algún día,

tengo que hallarte en el cielo,

angelitico del diablo,

serafín cucurusero.

Si sabes pintar tu tierra,

así has de pintar tu cielo,

con su sol que tuesta blancos,

con su sol que suda negros,

porque para eso lo tienes

calientito y de los buenos.

Aunque la virgen sea blanca,

píntame angelitos negros.

No hay una iglesia de rumbo,

no hay una iglesia de pueblo,

donde hayan dejado entrar

al cuadro angelitos negros.

y entonces, ¿a dónde van,

angelitos de mi pueblo,

zamuritos de Guaribe,

torditos de Barlovento?

Pintor que pintas tu tierra,

si quieres pintar tu cielo,

cuando pintas angelitos

acuérdate de tu pueblo,

y al lado del ángel rubio,

y junto al ángel trigueño,

aunque la virgen sea blanca,

píntame angelitos negros.