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Los versos de oro
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LOS VERSOS
DE ORO

Haz
amigo tuyo a aquel
que sobresalga por sus virtudes.
Ten también como hábito que tus palabras
sean amables y tus obras útiles,
y no te indignes
contra los que te conceden su ámistad,
por faltas leves.
Hazlo así en la medida de tus fuerzas,
considerando que el poder
está siempre muy cerca de la necesidad.

Aprende,
pues, por una parte,
que así son las cosas; por otra,
acostúmbrate a dominar lo siguiente:
tu estómago ante todo; luego el sueño,
el instinto sexual y la cólera.
Y no hagas jamás nada vergonzoso,
pues ante todo has de tener el respeto
de tí mismo.
Enseguida acostúmbrate a ser justo
en actos y palabras,
y a ser razonable y sensato
en todo cuanto ejecutes.
No olvidando que la muerte
es el destino de todos, y que,
en cuanto a la fortuna,
cosa propia le es tanto el aumentar
como el desaparecer.

Respecto
a los sufrimientos que a los mortales
les depara la suerte,
así como el destino que pueda tocarte,
sopórtalos sin indignarse,
bien que sea conveniente que corrijas
este destino en la medida de tus fuerzas,
teniendo muy presente que el destino no da,
ciertamente, a los buenos
un mayor lote de sufrimientos.

En
cuanto a las muchas palabras
que salen por la boca de los hombres,
buenas las unas, malas las otras,
ni te turben ni te dejes influenciar por ellas.
Respecto a la mentira,
sopórtala con paciencia y dulzura.
Y lo que ahora te voy a decir,
cuídate mucho de cumplirlo en toda ocasión:

Que nadie, ya mediante palabras,
ya en virtud de sus actos,
te persuada a punto de moverte a hacer o decir
aquello que no sea lo mejor.
Reflexiona antes de obrar
con objeto de no cometer
acciones absurdas, teniendo en cuenta
que es propio de los hombres débiles
decir palabras y ejecutar actos insensatos.
Por tu parte, realiza siempre aquello
que posteriormente no pueda perjudicarte.
Absteniéndote siempre de aquello
que no conozcas,
pero aprendiendo cuanto te sea necesario,
con lo que tu vida será más dichosa.

Tampoco
conviene que descuides
la salud de tu cuerpo;
para ello, tratarás de descubrir
la justa medida en comidas,
bebidas y ejercicios físicos,
y por justa medida entiendo aquello
que no te cause daño.
Procura así mismo no hacer
lo que pueda atraer sobre ti la envidia.
Por otra parte, no gastes sin sentido,
como hacen los que ignoran
la honesta proporción de lo bello.
Pero tampoco seas avaro.
La justa medida en todo es lo mejor.

Haz,
pues, aquello que no te perjudique,
reflexionando antes de obrar,
y no dejes que el dulce sueño
se apodere de tus ojos
sin haber rememorado contigo mismo (a solas)
cuanto has hecho durante el día:
¿En qué he faltado? ¿Qué he hecho?

¿He dejado de cumplir
alguno de mis deberes?

Practicando
estos preceptos
aprenderás a conocer
los elementos que pasan
y los que permanecen,
y sabrás que la Naturaleza
es Una y semejante en todo,
y que los hombres sufren de los males
que ellos mismos escogen,
pues tan desdichados son que no ven
los bienes que están junto a ellos, ni los oyen.

Por
lo que raros son los capaces
de librarse del mal.
¡Tal es del destino que ciega su espíritu!
Como objetos que ruedan,
van de un lado a otro sufriendo infinitos males,
incapaces de reconocer la funesta discordia
que les es innata,
y a la que no hay que aumentar,
sino evitarla huyendo de ella.
Pon en práctica lo que te ordeno,
y disfrutarás de sus beneficios,
y una vez curada tu alma,
libre quedarás de todos los males.

(PITAGORAS)