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Un castellano Leal III
Duque de Rivas, El

EL
DUQUE DE RIVAS

UN
CASTELLANO LEAL

Romance
III

Sostenido
por sus pajes
desciende de su litera
el conde de Benavente
del alcázar a la puerta.

Era
un viejo respetable,
cuerpo enjuto, cara seca,
con dos ojos como chispas,
cargados de largas cejas;

Y
con semblante muy noble,
mas de gravedad tan seria,
que veneración de lejos
y miedo causa de cerca.

Eran
su traje unas calzas
de púrpura de Valencia,
y de recamado ante
un coleto a la leonesa.

De
fino lienzo gallego
los puños y la gorguera,
unos y otra guarnecidos
con randas barcelonesas.

Un
birretón de velludo
con su cintillo de perlas,
y el gabán de paño verde
con alamares de seda.

Tan
sólo de Calatrava
la insignia española lleva,
que el Toisón ha despreciado
por ser orden extranjera.

Con
paso tardo, aunque firme,
sube por las escaleras,
y al verle, las alabardas
un golpe dan en la tierra.

Golpe
de honor, y de aviso
de que en el alcázar entra
un grande, a quien se le debe
todo honor y reverencia.

Al
llegar a la antesala,
los pajes que están en ella
con respeto le saludan
abriendo las anchas puertas.

Con
grave paso entra el conde
sin que otro aviso preceda,
salones atravesando
hasta la cámara regia.

Pensativo
está el monarca,
discurriendo cómo pueda
componer aquel disturbio
sin hacer a nadie ofensa.

Mucho
al de Borbón le debe
aún mucho más de él espera,
y al de Benavente mucho
considerar le interesa.

Dilación
no admite el caso,
no hay quien dar consejo pueda,
y Villalar y Pavía
a un tiempo se le recuerdan.

En
el sillón asentado,
y el codo sobre la mesa,
al personaje recibe
que comedido se acerca.

Grave
el Conde le saluda
con una rodilla en tierra,
mas como Grande del reino
sin descubrir la cabeza.

El
Emperador, benigno,
que alce del suelo le ordena,
y la plática difícil
con sagacidad empieza.

Y
entre severo y afable,
al cabo le manifiesta,
que es el que a Borbón aloje
voluntad suya resuelta.

Con
respeto muy profundo,
pero con la voz entera,
respóndele Benavente
destocando la cabeza:

«Soy,
señor, vuestro vasallo,
vos sois mi rey en la tierra,
a vos ordenar os cumple
de mi vida y de mi hacienda.

«Vuestro
soy, vuestra mi casa,
de mí disponed y de ella,
pero no toquéis mi honra
y respetad mi conciencia.

«Mi
casa Borbón ocupe
puesto que es voluntad vuestra,
contamine sus paredes,
sus blasones envilezca,

«Que
a mí me sobra en Toledo
donde vivir, sin que tenga
que rozarme con traidores
cuyo solo aliento infesta,

«Y
en cuanto él deje mi casa,
antes de tornar yo a ella,
purificaré con fuego
sus paredes y sus puertas.»

Dijo
el Conde, la real mano
besó, cubrió su cabeza,
y retiróse bajando
a do estaba su litera.

Y
a casa de un su pariente
mandó que le condujeran,
abandonando la suya
con cuanto dentro se encierra.

Quedó
absorto Carlos Quinto
de ver tan noble firmeza,
estimando la de España
más que la imperial diadema.