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Ante el libro del universo
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ANTE
EL LIBRO DEL UNIVERSO

ALGO
MÁS QUE PALABRAS
Autor
: Víctor Corcoba Herrero

En la literatura de todos los tiempos,
el hecho de que Cristo es el rey del mundo, ha generado multitud
de alentadoras voces, aunque hoy no esté de moda decirlo.
Todo el universo es, pues, un inmenso libro vital e inagotable
donde las cosas se nos revelan y nos manifiestan al Creador.
“Pero Él clava en la altura su mirada/ ¡y
sostiene la bóveda celeste!” (Manuel Machado).

En consecuencia, la creación es un libro que requiere
una recta interpretación para alcanzar el verdadero
sentido de la existencia humana. Y en esta dirección,
los auténticos cultivadores de palabras, afanados en
lo contemplativo, han aspirado desde siempre a la lucidez
de la semántica desde los más altos valores:
verdad, bondad y belleza. En el «espectáculo»
de las cosas creadas, el hombre reconoce, la mano del Creador
y los más dispares poetas así lo han refrendado.
El mar, los bosques, las montañas, son páginas
de ese inmenso y poético libro que nos hablan de Dios.
Baste citar un maestro, que fue, a la vez, místico,
teólogo y poeta, San Juan de la Cruz, el cual nos ha
trazado la senda de este retorno hacia Dios. O a Antonio Machado:
“Anoche cuando dormía/ soñé, ¡bendita
ilusión!, / que era Dios lo que tenía/ dentro
de mi corazón.”

¿Cómo
extrañarnos de que los poetas canten, a su vez, al
espíritu y al agua, a la vida y a la luz, a la tierra
y al cielo? Santa Teresa, por ejemplo, veía en el agua
el modo de explicar su alma. Cfr. Moradas, IV, 2. San Cirilo
de Jerusalén ha desarrollado el tema evangélico
del agua y de la gracia: “¿Por qué el
Salvador llama agua a la gracia del Espíritu? Porque
mediante ella han sido constituidos todos los seres. El agua
fertiliza la hierba naciente, difunde la vida”. El sentido
y futuro de nuestra existencia terrena sólo lo podremos
mantener si no perdemos la creación; es muy difícil
contestar a dónde vamos si no sabemos de dónde
venimos, de la misma manera que no sabríamos qué
hacer si desconocemos quiénes somos. Como Blas de Otero,
hemos de aprender a ser agradecidos: “Gracias doy a
la vida por haberme nacido. / Gracias doy a la vida porque
vi/ los árboles, y los ríos y el mar. / Gracias
en la bonanza y en la procela. / Gracias por el camino y por
la verdad. / Gracias por la contradicción y por la
lucha. / Gracias por aire y por cárcel. / Gracias por
el asombro y por la obra. / Gracias por morir; gracias por
perdurar”.

Hemos de pensar que, en cuanto autoridad espiritual Jesús
es Rey, y esta autoridad pertenece a Dios. ¿Qué
otra esperanza hay para este mundo afligido por la página
de sucesos?. Lo verdaderamente cruel es que las riquezas de
la tierra están acaparadas por unos pocos acaudalados,
mientras las grandes masas de la humanidad tienen que llevar
una degradante existencia de pobreza, ignorancia y sufrimiento.

También la palabra de Dios goza de muy poca estima,
y la fe está como aletargada. ¿Dónde
hallaremos consuelo para el futuro? El mundo no se puede curar
por métodos humanos. Su única esperanza yace
en Cristo Rey, el Libertador, el que está sentado a
la diestra de Dios, aquél que soportó la vergüenza
de una cruz preparada para un malhechor, viene a asumir el
honor de prologar un libro; el más perfecto de los
libros, el del universo. Mientras tanto nosotros, somos incapaces
de dar cobijo a un niño que no tiene ni padres, ni
casa.

A pesar de ese poético libro del universo, que convendría
nos acercásemos a descubrirlo, asistimos a un momento
actual que niega toda dimensión trascendente de la
persona. Negar la evidencia sería de necios. Parece
como si el ser humano le importase un bledo las raíces
de la fe, refugiándose en soledades. Eso sí,
con la tele siempre puesta, esa cosa repleta de violencia
y sexo, contaminada por tipos sin escrúpulos de nulo
talento y sin estilo alguno, mezquinos hasta el empacho. Al
tiempo ha surgido otro nuevo enganche, sobre todo entre jóvenes,
el de los fríos chats, donde te puedes encontrar de
todo. Sin embargo, apenas contemplamos ese manual de atmósferas
celestes que nos acompañan.

A lo mejor tendríamos que acudir más al arte
y a las letras, a saber bucear por nosotros mismos desde la
escucha interior. Necesitamos vivir por algo que merezca la
pena, por ideales que nos hagan más maduros y humanos.
La juventud se ha lanzado a consumir alcohol y a jugar al
amor, ha hecho del amor un placer y de las litronas un santuario
donde olvidar las penas, y, como consecuencia, tenemos a jóvenes
corazones cansados, más deprimidos que la una, incapaces
de amar, precisamente cuando más necesitan el amor
para endulzar los sacrificios.

Sin duda, uno de los fenómenos alarmantes de estos
años ha sido la creciente difusión de la pornografía
y la generalización de la violencia en los medios de
comunicación social. Libros y revistas, cine y teatro,
televisión y videocasetes, espacios publicitarios y
las propias telecomunicaciones, hasta los diarios han aumentado
sus guías pornográficas (moralmente inaceptables)
y han mermado sus páginas culturales. La pornografía,
como la droga, puede crear dependencia y empujar a la búsqueda
de un material cada vez más excitante y perverso. Las
cosas encauzadas son útiles, desbordadas son catastróficas.
Véase (perdón, mejor no se vea), esos programas
de televisión donde se incita a la pelea entre sus
contertulios para ganar adictos y adeptos. Volviendo al tema
del agua, el símil lo clarifica: encauzada sirve para
el riego y la energía eléctrica. Pero si se
desborda lo arrasa todo y tenemos una catástrofe. Lo
mismo sucede con esas páginas del libro que vamos escribiendo
a diario, tantas veces se rebasa los límites que apenas
se puede leer poesía.

Cierto.
El ambiente está tan erotizado de juegos como capitalizado
de desigualdades. Esto es gravísimo. La sexualidad
desbordada es insaciable: cada vez se quiere experimentar
cosas nuevas, hasta llegar a las aberraciones más indignantes;
como aquella casa de prostitución donde hay niñas
de siete años, a disposición de los clientes
que las prefieren tiernecitas. También la riqueza nos
obliga, si se tiene mucho, a dar más. Y si se tienen
conocimientos y se está situado en las alturas de la
jerarquía social, los primeros a la hora de servir.
Eso es dar trigo. Hay demasiados ricos que utilizan su riqueza
de forma egoísta. Una pasada.