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Desde la catedra de la vida
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ALGO
MÁS QUE PALABRAS

DESDE LA CÁTEDRA DE LA
VIDA

Un grupo de jóvenes/ancianos me participa la realización
de un Congreso, a fin de promover la auto-estima en el mundo
de los mayores y la conciencia de que “son necesarios”.
Ciertamente, el tiempo marca nuestro devenir. Apenas somos
jóvenes, llegamos a la edad adulta y, en menos que
canta un gallo, alcanzamos la vejez. En ese alfa y omega que
es la vida; lo vivido, nos hace crecer por dentro. No se aprende
en las Universidades. La enciclopedia del universo y nuestros
propios latidos, convivir en un mundo tan lleno de sensaciones,
resulta una irrepetible y purificadora escuela de ilustración.

Los
progresos de la medicina y la mejora de las condiciones sociales
y económicas, en muchas regiones del mundo, nos ha
donado un fructífero avance, la de alargar la vida.
Y por consiguiente, “nuestros viejos” serán
más viejos, pero también mejores maestros y
mentores. Pretenden recordárnoslo en el citado cónclave.
Así figura en sus objetivos: “Queremos elevar
un mensaje a la sociedad, de que “el hoy” no es
sin “el ayer”, que la certeza de sus errores es
premisa experimentada para un futuro mejor; más, la
constancia de sus aciertos. Que el mundo de los mayores debe
poner “en pié de vida” y ofrecer “rentable”
cuanto la sociedad invirtió en ellos a nivel de conocimientos
y de experiencias. Reivindicar y ocupar el lugar que en la
sociedad debe asumir “el mayor”, sin refugio nostálgico
de “cualquier tiempo pasado fue mejor” y sin renunciar
a vivir comprometido con toda su capacidad adquirida”.

Estará
el lector conmigo en que las barbas, de haber vivido muchas
estaciones, acrecientan la sabiduría, hasta el punto
de que ya no somos el mismo de joven que de mayor. El tiempo
todo lo pone en su sitio. Maduramos con él, ascendemos
y naufragamos a su sombra, vivimos bajo su asombro. Es el
más níveo crítico: la conciencia crítica.
Somos parte de su vida. Caminantes de su aire. De ahí,
que todas las edades, tienen su belleza y sus tareas. También
la vejez debe tenerla. Además, recordemos, que las
grandes obras humanas, científicas o artísticas,
no se llevan a buen término en la juventud, sino ya
entrado en años. Por eso, viendo a estos jóvenes/mayores
entusiasmados en llevar a buen término el Congreso,
me acordé de una cita de Maurois André, cuando
dijo que “el arte de envejecer es el arte de conservar
alguna esperanza”. Su ilusión por mostrar, desde
su mundo, los talentos de que son portadores, también
me entusiasmaron para brindarles este artículo. ¡El
servicio a la vida que nos ha tocado vivir no es una cuestión
de edad!

Así
pues, a la luz de la vida y a juzgar por el empuje de estos
maravillosos jóvenes/viejos, su tiempo es un tiempo
favorable para hacernos crecer, sobre todo por dentro, que
buena falta nos hace a todos. La sabiduría del corazón
que estas gentes sabias nos quieren mostrar, bien vale un
brindis, para contrarrestar los calores leoníferos
de violaciones y violencias que en doquier esquina nos sorprenden.
Sus ojos, los de estos maravillosos abuelos, me hablan de
fatigas pero también de gozos. Son como ese poema inmaculado
y ese aire prudente que nos alienta al romper el alba, cuando
el rocío de los labios de la luna, se derrite en versos,
bajo el beso del sol, al atardecer.

Si
nos detenemos a analizar la situación actual, constatamos
cómo, sobre todo en algunos pueblos donde aún
conviven abuelos, padres e hijos, la ancianidad es tenida
en gran estima y aprecio; en otros, sin embargo, lo es mucho
menos a causa de una mentalidad contraria al humanismo y al
vínculo familiar. Esto último, a juzgar por
las estadísticas, se da más en las ciudades
y grandes urbes. Los hogares de ancianos, aunque han crecido,
tienen colgado el cartel de lleno hasta la bandera. Por desgracia,
son muchas las familias, que alegando no tener sitio, ni tiempo,
abandonan como trastos inservibles a “sus viejos”.
A la tercera semana ya ni apenas les visitan. ¡Esto
sí que duele, más que los años!

De
seguir por esta línea de disgregación de los
ascendientes al vínculo familiar, son muchos los ancianos
mismos que se sienten inducidos a preguntarse si su existencia
es todavía útil, si vale la pena vivirla. Algunos
directores de estas Residencias de Mayores, me confesaban,
la gran tristeza que sienten cuando no son visitados ni por
sus hijos, llegando incluso a proponerles, con gran insistencia,
la eutanasia como solución a sus vidas. Algo tremendo.
Sus propios hijos, les dejan y desatienden, como ese estropeado
coche que se lleva a un desguace. Pues, ¡no!. En este
sentido, le sugería yo a los organizadores del Congreso,
invitasen a esos abuelos que, voluntariamente, quisieran dar
testimonio de lo mal que lo llevan cuando se les excluye de
la familia, de su propia morada, la que ellos han contribuido
a formar. Por ellos ha nacido ese hogar. Son sangre de su
sangre. Y ahora les dejan en doquier casa como si fueran una
cosa improductiva, cuando son depositarios de la memoria colectiva
y, en consecuencia, intérpretes privilegiados del conjunto
de ideales y valores comunes que rigen y guían la convivencia
social. Excluirlos es como rechazar el pasado, en el cual
hunde sus raíces el presente, en nombre de una modernidad
sin memoria, sin horizonte, sin brújula. ¡Qué
lejos nos quedan ya aquellos cuentos y anécdotas que
nuestros abuelos nos contaban! Era la vida misma evocada en
el espejo de sus labios.

Reconozco
que yo le debo mucho a mis abuelos, todos ellos agricultores.
Ahora que no los tengo, me siento gozoso de tener una legión
de amigos “mayores”. Me gusta escucharles. Unos
se han vuelto poetas. Otros pintores. Y todos ellos, universalmente
cultos. Son bibliotecas andantes. ¿Por qué no
arropar el ocaso de la vida en la familia de la que somos
parte? Pensemos que es una cadena, y más tarde o más
temprano, seremos también víctima de lo que
hemos generado. De ahí, que este Congreso de mayores,
me conmueva en el aplauso, por lo saludable que son todas
aquellas iniciativas sociales que permiten a los ancianos,
ya el seguir cultivándose física, intelectualmente
o en la vida de relación, ya el ser útiles,
poniendo a disposición de los otros el propio tiempo,
las propias capacidades y la propia experiencia. Enhorabuena.

Víctor Corcoba Herrero
-Escritor-