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Disolucion en agua
Lozano, Manuel

DISOLUCION EN AGUA
CUENTOS BREVES DE «LAS CANÍBALES*
Manuel Lozano

Nada en el mundo puede ser más hermoso que el rostro amado y odiado, alternativamente, que la manos amadas y odiadas, que tanto gesto desmesurado en la vida y el sueño. Durante cuatro años se alimentó con semillas oleaginosas y durante algunos meses con brotes de soja previamente hervidos.

Detestó, desde el princi pio, todo tipo de alcohol. Tomaba café con leche, antes de desplazarse por las paredes o mis piernas envejecidas por tanto movimiento, un ir y venir que llegó a exasperar a toda la familia. Le encanta capturar libélulas para demostrar sus habilidades de cazador. En ocasiones las introduce en pequeñísimas jaulitas de vidrios que el mismo diseña y cuelga en el living como trofeos. Llegamos a tener una verdadera colección. Una mañana descubrí sus manuscritos y dibujos: juro que quedé extasiado. ¿Cómo hacer esto, apenas con una pata y dos o tres plumones? ¡Y pensar que no sabíamos lo que era un trofeo!

Por el amor desmedido que siempre le profesé, empezó a tiranizarme. «El amor puede ser una forma dulcísima de estrangulamiento, lo es hasta en los sueños menos lúcidos», me consolaba. Pero todos los animales que traía a casa aparecían muertos en alguna pared o simplemente en el patio. Recuerdo al mirlo de la India, traído por una hijastra de Rabindranath Tagore, al cachorro de dogo, al gato de angora regalado por unos gitanos de Pinamar, a la tortuga multicolor, al zorzal de Chile. A ninguno vi agonizar, lo juro y perjuro.

Durante la siesta, siempre corre hasta la cama y se acuesta a mi lado, haciéndose un ovillo. A veces, frota con furia esa única uña marfilínea que sobresale con plumitas, como si la lustrara o, quizá, como si se preparara para algún ritual que todavía no sospecho.

Las únicas palabras que aprendió fueron «¿en qué zona es?», pregunta que en el primeros días me inquietaba, pero con el correr de los meses produjo el no ansiado acostumbramiento. Una íntima negación lo alejaba del lenguaje humano, de la más precaria comprensión lingüística. Mecánicamente, por lo menos así me pareció en un principio, elegía términos o expresiones al azar. «¿En qué zona es?», repitió treinta y seis veces, una noche, como una burla.

Anoche hubo una fuerte lluvia e inusualmente escapó de la canasta de mimbre. Lo busqué, desesperada, hasta la aurora. Sé que está en alguna parte, me repito mojándome las piernas. Desde una semana o más, no para de llover en este barrio.

Goterones negros, brillantes y macizos, llueven sobre Buenos Aires. «¡Maribel de Juan, Maribel de Juan!», me susurran cuando duermo, me gritan por las rendijas de las puertas, me repiten en los puestos del mercado o a la misma entrada del cementerio. Supe verla en fotos: ¿qué tiene que ver, Maribel de Juan, traductora al español de los diarios de Virginia Woolf, con esta historia? Sigue la interminable lluvia. Dicen que el agua, a veces, hierve. Todo se ha borrado y superpuesto bajo este diluvio, hasta mi rostro que parecía tan rosado, tan joven.