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El gato
Quintanilla Osorio, Jesus

EL
GATO

Cuando nos pasamos a la casa, el olor a viejo fue
lo distintivo. Sábanas blancas cubrían
los muebles como intentando protegerlos del tiempo.
La primera tarde la labor fue acomodar cosas, e intentar
distribuir en el espacio de dos plantas, lo que normalmente
ocupaba tres. El olor a moho y humedad, penetraban
las narices, y la sensación de estar en un
pasado inmemorial pululaba en mi interior.

En medio del trajín de todas esas tareas, mientras
intentábamos imaginarnos el sentido como deberíamos
poner la cama y el sofá, apareció, quién
sabe de dónde, un gato. Era amarillo, mimoso,
con una mirada muy intensa en profundos ojos verdes,
y nos proporcionó distracción en el
tedio de acomodarse a una nueva habitación.

En la noche, muy de madrugada, escuché ruidos.
Descendí las escaleras, intentando descubrir
el origen de tan peculiar sonido. Se antojaba rasposo
o de algo frotándose contra alguna cosa. Ya
casi al final, advertí al felino y estuve a
punto de retornar a la comodidad de mi alcoba, cuando
de súbito lo vi empujar la pared y desaparecer.
Intentando no espantar al animal con mi presencia,
me acerqué al sitio donde se esfumó
de mi vista y descubrí una puerta. Tomé
una cajita de fósforos, y empujé el
acceso.

Descubrí una escalera descendente por la cuál
bajé lentamente. Pareciera como si el minino
deseara ser seguido, pues su pausado andar sugería
esta idea, por lo que debí bajar un escalón
a la vez para no perder el paso. Debieron no ser muchos
escalones, pues de pronto sentí un piso como
de linóleo, resbaloso. Encendí un cerillo.
Una enorme estancia apareció ante mi vista
a la débil luz de la llama. No creí
fuera tan grande. Me había imaginado una bodega
de vinos o alguna clase de sótano, pero aquello
parecía ser la extensión de la casa
misma.

Al final de la enorme habitación, nuevamente
apareció ante mi vista el felino. Sus maullidos
parecían querer indicarme la idea de seguirlo.
Me acerqué lentamente, deseando no asustarlo.
En esa parte, una nueva puerta comunicaba con otro
cuarto. Al igual que en el resto de la casona, los
muebles estaban vestidos con la mortaja blanca como
si el tiempo se hubiera detenido. Fue entonces cuando
sentí un escalofrío. El tic tac de un
reloj lejano, me produjo una extraña sensación.

Como si algo se moviese en ese lugar, como si en los
pasillos de arriba deambulara alguien con una veladora
en la mano, intentando descubrir a un intruso. Deseé
volver arriba e intenté desandar el camino,
pero no pude. El gato me observaba con un acucioso
interés, cual si hubiera cumplido una tarea
que le había sido encomendada. Su mirada rebelaba
la percepción de mi propio temor.
«¿Qué quieres?», le inquirí.

Por toda respuesta, maulló frotándose
contra mí, cual si deseara absorber mi alma.
En mi desesperación, me consolé con
la idea de que al amanecer todo ese episodio se antojaría
ridículo. Pero nada cambió mi aturdimiento.
Caminé a lo largo de todo el sitio, buscando
el lugar de ascenso. Descubrí otra habitación.
Al fondo tenía un espejo. Me acerqué
a este, y a través suyo, vi la figura de mi
esposa durmiendo plácidamente en la cama, con
los muslos medio cubiertos por la sábana.

Toqué el cristal, pensando que mes escucharía.
No sucedió nada. Quizá si lo rompía,
podría retornar al dormitorio para olvidar
esta pesadilla. Con una silla lo destrocé casi
por completo… Pero fue inútil. A cada golpe,
sólo borraba la imagen de ella, y a cada pedazo,
la perdía más de vista. El reloj continuó
con su monótono sonido…Como si raspase. El
gato me observó una vez más, con esos
ojos sin tiempo que parecían absorber mi interior…Se
frotó una y otra vez contra mi pierna…Y maulló.

AUTOR : JESÚS QUINTANILLA OSORIO.