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El josco y Los perros -fragmento
Diaz Alfaro, Abelardo

FRAGMENTO: El josco y Los perros
Abelardo Díaz Alfaro

Al Josco trataron de uncirlo al yugo con un buey viejo que lo amaestrara, pero se revolvió violento poniendo peligro la vida del peonaje. Andaba mohino, huraño, y se le escuchaba bramar quejoso, como agobiado por una pena conmensurable.
Tranqueaba hacia el cercao de los bueyes de arrastres, de cogotes pelados y de pastar apacibles. Levantando la cabeza sobre la alambrada, dejaba escapar un triste mugido. Se veía buey rabisero, buey soroco, buey manco, buey toruno, castrao.

Aquel atardecer lo contemplé al trasluz de un crepúsculo tinto en sangre de toros, sobre la loma verdeante que domina el valle del Toa. No tenía la arrogancia de antes, no levantaba al cielo airosamente la testa coronada; lo veía desfalleciente como estrujado por una inmensa congoja.. Babeó un rato, alargó la cabeza y suspendió un débil mugido, descendió la loma y su sombra se fundió en el misterio de una noche sin estrellas.

A eso de la media noche me pareció escuchar un mugir dolorido. El sueño se hizo sobre mis párpados.

Al otro día el Josco no aparecía. Se le buscó por todas las lindancias. No podía haberse pasado a las otras fincas, no había boquetes en los mayales, ni en las alambradas de las guardarrayas. El Jincho iba y venía desesperado. El tío Leopo apuntó:
–Tal vez se fué por el camino del Farallón a las malojillas del río.

El Jincho hacia allá se encaminó. Regresó decepcionado. Luego se dirigió hacia una rejoya entre árboles en la colindancia de los Cocos, donde el Josco solía sestear. Lo vimos levantar la manos y con la voz transida de angustia gritó:
–Don Leopo, aquí está el Josco. Corrimos presurosos donde el Jincho estaba, la cabeza baja, los ojos turbios de lágrimas. Señaló hacia un declive entre raíces, bejucales y flores silvestres. Y vimos al Josco inerte, las patas traseras abiertas y rígidas; la cabeza sepultada bajo el peso del cuerpo musculoso.

Y el Jincho con la voz temblorosa y llena de reconvenciones exclamó:
— Mi pobre Josco, se esnucó de rabia. Don Leopo se lo dije. Ese toro era padrote de nación; no nació pa yugo».