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El loco
Guy de Maupassant

EL
LOCO
GUY
DE MAUPASSANT

Cuando
murió presidía uno de los más altos tribunales
de Justicia de Francia y era conocido en el resto por su trayectoria
ejemplar. Se había ganado el profundo respeto de abogados,
fiscales y jueces, que se inclinaban ante su elevada figura
de rostro grave, pálido y enjuto y mirada penetrante.

Su
única preocupación había consistido en
perseguir a los criminales y defender a los más débiles.
Los asesinos y los estafadores le tenían por su peor
enemigo, ya que parecía ser capaz de leer sus pensamientos
y adivinar las intenciones que ocultaban en los rincones más
oscuros de sus almas.

Su
muerte, a la edad de 82 años, había provocado
una sucesión de homenajes y el pesar de todo un pueblo.
Había sido escoltado hasta su tumba por soldados vestidos
con pantalones rojos, e ilustres magistrados habían
derramado sobre su ataúd lágrimas que parecían
sinceras.

Sin
embargo, poco después de su entierro, el notario descubrió
un estremecedor documento en el escritorio donde solía
guardar los sumarios de sus grandes casos. Su primera hoja
estaba encabezada por el título: «¿POR
QUÉ?».

*
* *

20
de junio de 1851. Acabo de dictar sentencia. ¡He condenado
a muerte a Blondel! Me pregunto por qué mató
este hombre a sus cinco hijos. ¿Por qué? Uno
se encuentra a menudo con personas para quienes el hecho de
quitar la vida a otra parece suponer un placer. Sí,
debe de ser un placer, quizá el mayor de todos. ¿Acaso
matar no es lo que más se asemeja a crear? ¡Hacer
y destruir! La historia del mundo, la historia del universo,
todo lo que existe… absolutamente todo se resume en estas
dos palabras. ¿Por qué es tan embriagador matar?

25
de junio. Un ser vive, anda, corre… ¿Un ser? ¿Qué
es un ser? Es una cosa animada que contiene el principio del
movimiento y una voluntad que dirige este principio. Pero
esa cosa acaba convirtiéndose en nada. Sus pies carecen
de raíces que los sujeten al suelo. Constituye un grano
de vida que se mueve separado de la tierra; un grano de vida,
procedente de un lugar que desconozco, que puede ser destruido
por deseo de cualquiera. Entonces ya no es nada. Nada. Desaparece;
se acaba.

26
de junio. ¿Por qué es un crimen matar? ¿Por
qué, si es la ley suprema de la Naturaleza? Todos los
seres tienen esta misión: matar para vivir y vivir
para matar. Nuestra propia condición está sujeta
a este hecho. Las bestias matan continuamente, durante todos
los instantes de cada uno de los días de su vida. El
hombre mata para alimentarse; pero, como también necesita
matar por puro placer, ha inventado la caza. El niño
mata a los insectos, a los pajaritos… a todos los animalillos
que caen en sus manos. Todo ello no basta para calmar la irresistible
necesidad que todos sentimos. Matar animales no es suficiente
para nosotros; necesitamos también matar personas.
Las civilizaciones antiguas satisfacían su ansia con
sacrificios humanos. Hoy, vivir en sociedad nos ha obligado
a convertir el asesinato en un grave delito y, como no podemos
entregarnos libremente a este instinto natural, cada cierto
tiempo desencadenamos una guerra para calmarlo. Así,
todo un pueblo se dedica a aplastar a otro en un derroche
de sangre que hace perder la cabeza a los ejércitos
y que embriaga también a la población civil:
mujeres y niños, que a la luz de las velas, leen por
la noche el exaltado relato de las matanzas.

Sería
lógico suponer que se desprecia a los que elegimos
para llevar a cabo estas carnicerías. Pues bien, por
el contrario, les tributamos homenaje y les cubrimos de honores.
Se les engalana con resplandecientes vestiduras de oro y se
atavían con sombreros de plumas. Les otorgamos títulos,
cruces, recompensas de todo tipo. Son admirados por las mujeres
y respetados y aplaudidos por las multitudes… sólo
porque su misión consiste en derramar sangre humana!
Desfilan por las calles con sus herramientas de muerte mientras
el ciudadano común, vestido de oscuro, los contempla
con envidia. Matar es la ley suprema que la Naturaleza ha
impreso en el corazón de cada ser. No hay nada tan
bello y honorable como matar!

30
de junio. Matar es la gran ley. La Naturaleza ama la juventud
eterna y nos empuja a acabar con la vida sin que apenas nos
demos cuenta. En cada una de sus manifestaciones parece apremiarnos
gritando: «¡Rápido! ¡Rápido!».
A medida que destruye se va renovando.

2
de julio. ¿Qué es el ser? Todo y nada. A través
del pensamiento es el reflejo de todo. A través de
la memoria y de la ciencia es un resumen del mundo, porque
guarda en sí la historia de éste. Como espejo
de las cosas y reflejo de los hechos, cada ser humano se convierte
en un universo dentro del Universo. Pero al viajar y contemplar
la diversidad de las etnias el hombre se convierte en nada.
¡Ya no es nada! Desde la cumbre de una montaña
no es posible distinguirlo. Cuando el barco se aleja de la
orilla, plagada por la muchedumbre, sólo se divisa
la costa. El ser es tan pequeño, tan insignificante,
que desaparece. Cruzad Europa en un tren rápido. Al
mirar por la ventanilla veréis hombres, hombres, siempre
hombres; hombres innumerables y desconocidos que hormiguean
por las calles, que hormiguean por los campos, mujeres despreciables
cuyo único cometido se limita a parir y dar la comida
al macho y estúpidos campesinos que sólo saben
destripar terrones.

Viajad
a China o a la India. Allí también veréis
agitarse a miles de millones de seres, que nacen, viven y
mueren sin dejar otra huella que la de un insecto aplastado
sobre el polvo de un camino. Id a las tierras de los negros,
alojados en cabañas de barro, y a las de los árabes,
cobijados bajo una lona parda que ondea al viento. Comprenderéis
que el ser aislado, el individuo, no es nada. Nada. A estos
pueblos, que son sabios, no les inquieta la muerte. Para ellos
el hombre no significa nada. Matan a sus enemigos sin piedad;
es la guerra. Hace tiempo nosotros hacíamos lo mismo
de provincia en provincia, de mansión en mansión.

Atravesad
el mundo y comprobad cómo hormiguean los humanos, innumerables
y desconocidos. ¿Desconocidos? ¡Esta es la clave
del problema! Matar constituye un crimen porque los seres
están numerados. Cuando nacen se les da un nombre,
se les registra, se les bautiza. ¡De eso se trata! La
Ley los posee. El ser que no está inscrito no cuenta.
Matadlo en el desierto o en el páramo; matadlo en la
montaña o en la llanura. ¿Qué importa?
La Naturaleza ama la muerte. ¡Ella no castiga!

Lo
que, sin duda, es sagrado, es el Registro Civil. Él
es quien defiende al individuo. El ser se convierte en sagrado
cuando es inscrito en el Registro. Respetad al Dios legal.
¡Poneos de rodillas ante el Registro Civil!

Al
Estado le está permitido matar porque tiene derecho
a modificar el Registro Civil. Cuando sacrifica a doscientos
mil hombres en una guerra, los borra del Registro; sus escribanos,
sencillamente, los suprimen. Acaban con ellos. Pero nosotros
debemos respetar la vida; no podemos cambiar los libros de
los ayuntamientos. ¡Yo te saludo, Registro Civil, divinidad
gloriosa que reinas en los templos de los municipios! Eres
más poderoso que la Naturaleza. ¡Ja, ja, ja!

3
de julio. Matar debe ser un extraño y maravilloso placer:
tener delante de uno a un ser vivo capaz de pensar; hacerle
un agujerito, sólo uno; ver como mana por él
la sangre roja, que transporta la vida, y ya no tener delante
más que un montón de carne inerte y fría,
vacía de pensamientos.

5
de agosto. Me he pasado la vida juzgando y condenando, matando
con mis palabras y con la guillotina a quienes habían
asesinado con un cuchillo. ¡Yo! Si yo hiciera lo mismo
que todos los hombres a quienes he castigado, ¿quién
lo descubriría?

10
de agosto. Nadie lo sabría jamás. ¿Acaso
sospecharían de mí, de mí, si elijo a
un ser al que no tengo el menor interés en hacer desaparecer?

15
de agosto. La tentación ha penetrado en mí reptando
como un gusano y se pasea por todo mi cuerpo. Se pasea por
mi cabeza, que no piensa más que en matar; se pasea
por mis ojos, que necesitan contemplar la sangre y ver morir;
se pasea por mis oídos, que no dejan de escuchar algo
terrible y desgarrador: el último grito de un ser;
se pasea por mis piernas, que anhelan dirigirse al lugar donde
ocurrirá; se pasea por mis manos, que tiemblan por
la necesidad de matar.

¡Cuán
extraordinario tiene que ser, tan propio de un hombre libre,
dueño de su corazón, que está por encima
de los demás y busca sensaciones refinadas!

22
de agosto. Ya no podía esperar más. He matado
un animalito para ensayar, sólo para empezar.

Jean,
mi criado, tenía un jilguero encerrado en una jaula
que estaba colgada en la ventana de la cocina. Le he mandado
a hacer un recado y he aprovechado su ausencia para coger
al pájaro. Lo he aprisionado con mi mano; sentía
latir su corazón. Estaba caliente. Después he
subido a mi cuarto. De vez en cuando apretaba con más
fuerza al pajarito; su corazón latía más
deprisa. Era tan atroz como delicioso. He estado a punto de
ahogarlo, pero no habría visto su sangre.

He
cogido unas tijeritas de uñas y, con suavidad, le he
cortado el cuello de tres tijeretazos. Abría el pico
desesperadamente, tratando de respirar. Intentaba escapar,
pero yo lo sujetaba con fuerza. ¡Vaya si lo sujetaba!
¡Habría sido capaz de sujetar a un dogo furioso!
Por fin he visto correr la sangre. ¡Qué hermosa
es la sangre roja, brillante, viva! La hubiera bebido con
gusto. He mojado en ella la punta de mi lengua. Tiene un sabor
agradable. ¡Pero el pobre jilguero tenía tan
poca! No he tenido tiempo de disfrutar del espectáculo
tanto como me hubiera gustado. Tiene que ser soberbio ver
desangrarse a un toro.

Para
terminar, he hecho lo mismo que los asesinos de verdad: he
lavado las tijeras, me he enjuagado las manos y he tirado
toda el agua. Después he llevado el cadáver
al jardín para ocultarlo. Lo he enterrado debajo de
una mata de fresas. Nunca lo encontrarán. Todos los
días comeré un fruto de esa planta. ¡Uno
puede disfrutar realmente de la vida si sabe cómo hacerlo!

Mi
criado ha lamentado la pérdida del pajarito. Cree que
se ha escapado. ¿Cómo va a sospechar de mi?
¡Ja, ja, ja!

25
de agosto. ¡Necesito matar a una persona! ¡Tengo
que hacerlo!

30
de agosto. Ya lo he hecho. ¡Qué poca cosa!

Había
ido a pasear por el bosque de Vernes. Caminaba sin pensar
en nada cuando, de repente, ha aparecido en el camino un chiquillo
que iba comiéndose una tostada con mantequilla.

Se
ha detenido para verme pasar y me ha saludado: «¡Hola,
señor Presidente!».

En
mi cabeza ha aparecido una idea muy clara: «¿Y
si lo mato?».

Le
he preguntado:

_¿Estás
solo, muchacho?

_Sí,
señor.

¿Completamente
solo en el bosque?

_Sí,
señor.

Los
deseos de matarlo me han embriagado como el vino. Me he acercado
a él con sigilo, pensando que iba a tratar de huir.
Lo he agarrado por la garganta y he apretado, he apretado
con todas mis fuerzas. Me ha mirado aterrorizado con unos
ojos espantosos. ¡Qué ojos! Eran muy redondos,
profundos… ¡terribles! Jamás había experimentado
una sensación tan brutal… pero tan breve. Sus manecitas
se aferraban a mis puños mientras su cuerpo se retorcía.
He seguido apretando hasta que ha quedado inmóvil.

Mi
corazón latía con tanta fuerza como el del pájaro.
He arrojado su cuerpo a la cuneta y lo he cubierto con hierbas.

Al
volver a casa he cenado bien. ¡Qué poca cosa!
Me sentía alegre, ligero, rejuvenecido. Después
he pasado la velada en casa del prefecto. Todos los que allí
se encontraban han juzgado mi conversación muy ingeniosa.

¡Pero
no he visto la sangre! Aún no estoy tranquilo.

30
de agosto. Han descubierto el cadáver y buscan al asesino.
¡Ja, ja, ja!

1
de septiembre. Han detenido a dos vagabundos; pero no tienen
pruebas.

2
de septiembre. Han venido a verme los padres llorando. ¡Ja,ja,ja!

6
de octubre. No se ha descubierto nada. Suponen que algún
merodeador habrá cometido el crimen. ¡Ja, ja,
ja! Estoy seguro de que estaría más tranquilo
si hubiera visto correr la sangre.

18
de octubre. El ansia de matar sigue envenenándome.
Es comparable con los delirios de amor que nos torturan a
los 20 años.

20
de octubre. Otro más. Caminaba por la orilla del río
después de almorzar. Era mediodía. Bajo un sauce
dormía un pescador. En un campo cercano, sembrado de
patatas, había una azada. Parecía que alguien
la había dejado allí expresamente para mí.

La
he cogido, me he acercado, la he levantado como si se tratase
de una maza y con el filo, de un solo golpe, le he partido
la cabeza al pescador. ¡Oh! ¡Este sí que
sangraba! Era una sangre muy roja que, mezclada con sus sesos,
se deslizaba muy suavemente hacia el agua. Me he marchado
sin que nadie me viera y con toda tranquilidad. ¡Yo
habría sido un asesino excelente!

25
de octubre. Todo el mundo comenta el caso del pescador. Se
acusa a su sobrino, que estaba pescando con él.

26
de octubre. El juez instructor del caso asegura que el sobrino
es culpable. En la ciudad todo el mundo lo cree. ¡Ja,
ja, ja!

27
de octubre. El sobrino se defiende muy mal. Afirma que había
ido al pueblo a comprar pan y queso. Jura que mataron a su
tío durante su ausencia. ¿Quién va a
creerle?

28
de octubre. Han mareado tanto al sobrino que ha estado a punto
de confesarse culpable. ¡Ja, ja, ja! ¡Vaya con
la Justicia!

15
de noviembre. Tienen pruebas abrumadoras contra el sobrino.
Era el único heredero de su tío. Yo presidiré
el tribunal.

25
de enero. ¡A muerte! ¡A muerte! ¡Le he condenado
a muerte! ¡Ja, ja, ja! El fiscal habló como un
ángel. ¡Ja, ja, ja! Uno más. Asistiré
a su ejecución.

18
de marzo. Se acabó. Lo han guillotinado esta mañana.
¡Bien muerto está! Me ocasionó un grato
placer. ¡Qué bello es ver cómo le cortan
la cabeza a un hombre! La sangre ha brotado como una marea.
Si hubiera podido, me habría bañado en ella.
¡Oh, qué maravilla tenderme debajo, dejar que
empape mi rostro y mi cabello y levantarme teñido de
rojo! ¡Si supieran…!

Pero
ahora debo esperar. Puedo hacerlo. Cualquier descuido o imprudencia
podría delatarme.

*
* *

El
manuscrito tenía muchas más páginas;
pero ninguna de ellas relataba un nuevo asesinato.

Los
psiquiatras que lo han estudiado aseguran que en el mundo
existen muchos locos ignorados, tan hábiles y temibles
como este monstruoso lunático.