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El perro y el trozo de carne
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El
Perro y El Trozo de Carne

Había una vez un perro
muy glotón que siempre estaba buscando entre las basuras
y los desperdicios a ver si encontraba algo de comer.
También rondaba por los mercados y las casas de comidas,
menenado el rabo y ladrando a la gente para que le tiraran
un hueso o un mendrugo de pan.
No solía conseguir gran cosa de esta manera, pero un
día se encontró con un hermoso trozo de carne,
grande y jugoso.

al principio no dio crédito a sus ojos, pensó
que se trataba de una visión…¿quién
podía haber abandonado aquel maravilloso pedazo de
carne?
se abalanzó por fin sobre el suculento manjar, lo asió
con sus dientes, notando que era real, que no estaba soñando
y verdaderamente tenía en la boca el más delicioso
de los bocados y, temiendo que alguien se lo fuera a arrebatar,
se marchó corriendo en busca de un lugar donde saborearlo
a gusto.
al pasar junto a un estanque, miró de reojo hacia el
agua y cuál no sería su asombro al ver junto
a la superficie, como flotando a pocos centímetros
de profundidad, otro trozo de carne tan grande y apetitoso
como el que llevaba en la boca.

No era posible que en un mismo día aquel milagro sucediera
dos veces seguidas: otro pedazo de carne igual…¡no,
más grande y jugoso todavía! el perro se quedó
muy quieto, como hipnotizado, mirando fijamente el agua, y
cuanto más miraba más se convencía de
que el otro pedazo de carne era mejor que el suyo. Creyó
ver que otro perro lo llevaba entre sus dientes, del mismo
modo que él llevaba su bocado. Y pensó entonces
que no debía resultar difícil obtener para sí
aquel trozo de crane que lo incitaba desde el estanque.
Entonces se dijo a sí mismo que debía ser astuto
y obrar con inteligencia para llevar a cabo su plan.

Fue acercando el morro poco a poco al agua, y cuando estuvo
a pocos centímetros de la superficie no pudo aguantar
más y abrió la boca para agarrar la carne que
veía flotar en el estanque. Naturalmente, al abrir
la boca se le cayó al agua el trozo que llevaba, y
el otro también desapareció, pues no era más
que el reflejo del primero en la tranquila superficie del
estanque.

A veces, para perseguir una
ilusión sin fundamento, descuidamos lo que ya tenemos
y acabamos quedándonos sin nada. Como dice el refrán:
«vale más pájaro en mano que ciento volando»