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La historia del gafitas
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LA
HISTORIA DE «EL GAFITAS»

ALGO
MÁS QUE PALABRAS

Ha llegado el cartero. Me trae una carta de las de antes:
bien gordita y sin acuse de recibo. Es de mi amigo «El
Gafitas», que aunque parece tonto no lo es, y que a juzgar
por las últimas misivas enviadas, ha perdido la timidez
y se ha dejado explorar sus universos más íntimos
por un aluvión de estrellas y sirenas, mejores que
las que salen en la tele, que ya están muy vistas y
revistas, aunque sean robustas y tetonas. El verano incita
y excita, me dice el muy cachondo. El caballero de abultados
mofletes y lisos labios, se ha propuesto, e impuesto, (sin
pagar impuestos), este florido verano, hacer turismo por lugares
donde no habita un alma, y morar en el paraíso, a la
pata jarana. Después de cada siesta, toma lápiz
y papel, y me escribe las experiencias vividas, que las pone
en el aire para que el aire las deposite en un buzón
de correos. A mi me gustaría mandarlo a la mismísima
puñeta, pero no puedo, porque no sé donde tiene
el apartamento veraniego, ni sí me ve con sus tomavistas,
para brindarle un corte de mangas que bien merecido lo tiene,
el perla.

El muy pellejo se ha quedado conmigo. Cada vez que recibo
una carta suya, tengo que pagar una sobretasa, que es el doble
de lo que vale enviarla, porque el tío cenizo, en vez
de ponerle sello, lo dibuja con un verso, después le
da un beso y acto seguido un soplo. Oye, y beso de santo,
no se pierde carta alguna. El viento juega a su favor, para
que entre en el buzón del nuevo correos, empresa que
ya no se sabe quién es el dueño, si el Estado
o el Sr. X, y llegue la misiva a su destinatario, que soy
yo, servidor de ustedes. Lo cierto es que yo sigo pagando
como mandan los cánones del buen lacayo, los euros
debidos. En el fondo, creo que me escribe para darme envidia,
a considerar por las descripciones monumentales que me hace.
Me gustaría no hacerme cargo de la carta, pero la erótica
de la curiosidad me puede. En el fondo creo que me invade
una ración de envidia. Ya estoy harto de chupar asfalto
y de sorber ruido, aquí en esta tierra de terror y
terrorismo, de desigualdades y maldades, de ataduras y complejos,
de desamores e injusticias. Lo cierto es que mi amigo «El
Gafitas», o lo que es lo mismo, el tío de la Pipa,
se está pasando un verano inolvidable, sin gastar ni
un Euro, porque allí dice que no hay supermercados,
ni altares de alcohol, sólo paraísos librescos
para entretener el tiempo con aventuras inolvidables, libros
que se comparten como la atmósfera. Él insiste
que allí se vive del cuento, cantando y contando rimas,
aliento sano que alimenta y no aborrega. ¡Albricias!,
un lugar distinto.

Tengo noticias de que ha sido alistado y amarrado a una dama
de buen ver y mejor gozar, cuyo nombre es Soledad. De ella,
de sus encantos, me habla con pasión, así como
de su primo, don Silencio Aplana, Conde de las Alturas y Vizconde
de Cuetonidio, que es un Señor muy Señorial,
que habita en una Vía Láctea, con todos los
libros de todos los tiempos, y con el que dice pasar todo
el tiempo del mundo buceando entre las palabras. El tiempo
tras ellos, es un retorno al orden, a no sentirse extranjero,
en un mundo de todos y de nadie. Me dice «El Gafitas»
que hay cosas que más vale no saber, y otras que es
mejor evocarlas, para ver más claro el camino. Se ha
vuelto de un filósofo subido que a veces resulta un
tanto pesadito, o sea, plomo. Pero el tío, en ocasiones,
tiene gracia, y entonces me doy las gracias de haberle conocido
y ser su amigo, aunque lo sea de ausencias más que
de presencia.

Allí
donde se encuentra dice que es todo muy singular, que va de
acá para allá, y que se siente hasta más
humano sin los humanos. ¡Pero bueno!. Dice que ahora
entiende lo difícil que le resulta soportar la monotonía
de las ciudades modernas, donde todo es frialdad, donde nadie
respeta el entorno, ni la armonía del conjunto. A las
urbanizaciones les llama colmenas y a los pisos rascacielos,
sin cielo; nichos funcionales que crean un mundo dominado
por la repetición y la rigidez geométrica. Veremos
si vuelve a la tierra mi amigo «El Gafitas», tengo
mis serias dudas de que regrese. Se lo está pasando
pipa, el tío de la pipa, sin tanta bomba en los talones
y sin tanta bambalina de señoritos rondando los Vips,
tipos que se creen dueños y señores de la tierra.

En
las letras de «El Gafitas», escritas a golpe de
corazón, hay un mar de sinónimos, de cauces
y metáforas insinuantes, de retórica ornamental,
en un intento de atrapar la belleza en la que vive como gato
panza arriba, y donarla, porque su espíritu es solidario,
para así aminorar la angustia existencial. En el fondo
es todo un romántico. Siempre lo fue, pero ahora más.
En cualquier caso, entiendo yo también, y no tengo
la poética visión de «El Gafitas»,
que el espíritu romántico es un alma vital y
una de las formas más nobles de estar en el mundo.
El inconformismo romántico con la realidad, implica
un estado de alerta y de superación, que puede sernos
saludable para estos momentos donde todo lo puede el dinero.
¿O usted qué opina?. ¡Cómo pesa
mirar el cielo!.

Autor
:Víctor Corcoba Herrero