Poemas y Relatos
Web de poemas y relatos
Poemas y Relatos » relatos » Nacimiento de las leves criaturas
Nacimiento de las leves criaturas
Lozano, Manuel

NACIMIENTO
DE LAS
LEVES CRIATURAS*

Nevertheless,
I dislike
The way the ants crawl
In and out of my shadow

Wallace Stevens,
Six significant landcapes

PRELUDIO

I

Presérvate
de la peste,
son antiguas sus destilaciones alrededor de las mágicas
raíces,
y acaso nadie la contenga después.
¿Ya escupiste sobre sus ojos?
El resplandor corrompe el luto de estas dinastías
hasta donde no llegan infancia ni memoria.
El astrolabio calla su tela de diamantes.
¿Pusiste las manos en otra cara llena de moscas?
¿Estabas dormido?
Has convocado el hervor yacente de un foso
al filo de la certidumbre
con trapos diminutos de la fiesta.
¿Le preguntaste si veía el infierno?
Cuando los dueños se reclinan como lluvias,
abres la jaula que habitó la criatura,
objeto letárgico arrancado de golpe
a la leche incrustada desde lo alto.
Anuncio un inmigrante
en la genealogía de los reyes antiguos.
Un inmigrante es una esfinge.
¿Qué gusano extiende el gozo, se prepara al
letargo
de los cartílagos de muerte en el plato de Adán?
¿Y por qué continúas con tus espléndidos
ropajes
siempre detrás de los árboles del vértigo,
oyendo el eco de paredes sepultadas
y la ausente migración del cinabrio?
Fueron las saturnalias, enloquecidas tentaciones,
más firmes que la navaja sonámbula o el sol
del eremita,
quienes me convocaron al ascenso.
Balaustradas de mármol quedan en mi cueva,
rastros que zumban en suspenso, que interrogan.
Enardecen las puertas.
Clausuran las salidas.
Llenan los huecos de aguijones.
A veces cimbra en la piel el oro del falsario.
Me pregunto quién tiñe de lenta aprensión

/los juguetes lapidándose
sólo a la distancia, lo que alumbra reliquias y sollozos?
Esta usura de las brasas me desuella.
La sangre se prueba con la sangre, has escrito.
¿Es la hendidura nocturna tu pasado
en la estría más ebria del color de las valvas?
En este atrio descifrarás los indicios.
Como en el tiempo de los sobrevivientes,
una mujer recorre su casa hasta el polvo del derrumbe
sin salir de este umbral entreabierto en que naces
para advertir a los perseguidores la ley de un nuevo imperio.
Delator, vítreo, imantado,
llega el monstruo a unir desde su soledad
la misma soledad de todo,
a desenhebrar (escombro por escombro) los últimos
vestigios
/de la historia inocente.
Cuando oyeres su voz, ¿escogerías al innombrable?
Se trata de resucitar el feroz oleaje de una aparición.
Los claustros fueron sumergidos.
Todavía hay cortezas, astillas, restos que escarban
la duración del muro en la palabra.
¿Arde el bosque cuando me abandonan?
Arde una ilimitada pupila en el escalofrío de mis
hijos.
Un fénix resucita en Heliópolis.
Garza con larga cresta (nacida de ti mismo en los desiertos

/de Arabia,
rayo elevado desde el altar natural de un sicomoro,
nunca te sobornan el futuro voraz ni el cuerpo adolescente.
Mutarías el helecho abandonado, los siete escorpiones
de Isis,
Nesret, la flamígera, con cetro y corona en nuestras
tiendas,
el hormiguero sobre el rostro difunto.
Crespones del amanecer.
Ranuras donde bendecir el paso del amor,
su costado y su fusilamiento.

II

¿Pero he de contar sólo con palabras (resistente
extrañeza)
/mi viaje por el fuego,
la trama que no he visto en la hojarasca?
Las incontables, marginales edades vienen hacia él.
No debo llorar sobre mis miembros desunidos,
tampoco reemplazarlos.
Limosa ficción, evaporan mis huesos.
Ya no exalto tu raza primigenia, tu aliento milenario,
el feroz acertijo debajo de los hierros.
Es cóncava y helada la habitación en que vives,
y vista desde arriba se dispersa en humo rojo.
¿Cómo llegaste a esa esfinge asombrada de
perderte?
¿Por qué espiabas el nido de abubilla en el
roble sagrado?
¿Dónde engarzaste el horror
del agua celeste corriendo por las tumbas?
Tantas preguntas frente al muro.
La criatura empuña su cuchillo,
pero no hay ciegos aquí que proclamen la pérdida
oscura,
que comercien con apariciones hambrientas o beatíficas
sobre el altar de tus restos la sustancia.
Continúa la epopeya en las viejas hilanderías.

III

Pertenencias de la siempre duración,
escaleras abajo.
Veías las piedras candentes, las túnicas blancas,
la blanca cabeza coronada,
la víspera blanca reteniéndose entre las plumas
del colibrí.
Sin embargo estabas inmóvil,
lastimada entre las circunvoluciones de la muerte.
Ramas de nardo vacilan junto al túmulo.
A eso hemos llegado, y es todo

IV

Pasó
el cortejo como el cauce erizado de un río junto
al peregrino. ¡Y por qué sale el musgo que
no nombras de su boca marchita! ¡Y por qué
la sombra en las ventanas, más envolvente y heroína
que el viento golpeando contra el rumor de la profanación!
Velante, agraviada por la desobediencia, con el aroma desconocido
del mar, sus pies abandonan el invierno de las grandes ciudades.
Ya nunca esperes con tu desnudez ni puedas decirme el himno
que fulmina con tristeza. Con otra mirada, háblame
desde la fragilidad de las calas infantiles, desde el aroma
invisible de una obscena dalia cortante. ¿Qué
carne de esfinge se encarnó entre nosotros? Disueltas
las moradas del día sobre los cuerpos. Cortadas las
mordeduras. ¿Qué inválido dios, qué
comediante es este intruso?
Desde mi nacimiento fui el espectador de las sombras chinescas.
Sé que hubieron forasteros como tripulaciones de
gritos en lámparas artificiales. Se introdujeron
por olvido en el error erizado de una lágrima. Ahora
me escoltan.
Gritos, tripulaciones de gritos bajo el vapor de las bujías
y el que invoca. ¿Defenderán a sus sirvientes
con medios tan mecánicos? ¿Conservarían
las escamas ante el paso del sol negro?
Allí estaban mis siglos. Aún no marchitados
por el óxido elemental de la añoranza, distintos
y una, letanías para nadie en la memoria de la pérdida.

V

Almácigos
de un cruel pronunciamiento.
¿Cómo es posible abandonarse hasta aquí,
aun a costa de perder la vigilia y sus metamorfosis?
Los mataderos exhalan el vaho.
Algunas veces te decían en sueños:
“Has nacido demasiado.
Has muerto demasiado en otras bocas”.
Otras murmuraban:
«Sé fiel hasta el horror.
Sé fiel hasta el fósil.
Sé fiel hasta el acaso.»

V

La gran noche
abrió su enloquecida distancia
antes de llegar.

VI

¿Quién
puede decir que ha visto el mar, piadosas telarañas?

VII

¿Y
por qué siempre te acompaño, de generación
en generación,
más acá del fuego y del murmullo, yo, Manuel
Lozano,
verdugo o luz que te comiera las vísceras
hasta la enamorada aberración del principio?
Porque una sombra se clava para siempre
y nos contempla.

Chartres,
27-IV-2001

Manuel Lozano
FIED
Presidente
Fied_bsas@arnet.com.ar
* Derechos registrados.