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Un angel petreo
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Un
Ángel Pétreo.-

La
figura dominaba toda la habitación. Su tamaño
aunque no muy grande indicaba majestuosidad en su talla. Desde
lejos no es fácilmente distinguible la figura en sí
sino que más bien se asemeja a un gran bloque de piedra
de forma indefinida, grotesco en todo su esplendor.

Tallada en una piedra de un blanco purísimo e inmaculado,
irradiante de una luminosidad cegadora para casi cualquier
humano. Conforme uno se acerca, la forma grotesca e indefinida
da paso a una divina talla angelical con sus alas desplegadas
en una visión gloriosa de algo divino que tan lejos
esta de nuestro alcance.
Una figura agachada sobre una de sus rodillas con su bello
rostro vuelto hacia el cielo, buscando a un padre bienamado,
con una mano sobre su puro corazón. El material con
el que está hecho la talla pretende imitar la luminosidad
de la que están hechos aquellos ángeles que
caminan entre los hombres, bajados del cielo para pasearse
junto a sus hermanos en un mundo material.

La talla representaba a un hombre en una posición tan
natural que no parecía una escultura, era como si un
ser vivo hubiese sido aprisionado dentro de la fría
roca, latiendo una pequeña chispa aún en su
interior. Una chispa que perdura tras tiempo inmemorial.
Su rostro joven, lleno de una dulzura inusual, carente de
las marcas de la vida humana y de sus penas y calamidades,
ni una arruga cruzando ese rostro tan vivo y tan expresivo.
En sus ojos, reflejada tristeza tan real que da la impresión
de que en cualquier momento unas pequeñas lágrimas
se van a escapar corriendo por las mejillas.

Su cabello corto acentúa la impresión de juventud
de la persona representada, junto a la viveza y fuerza expresiva
de su cuerpo, glorioso en el culmen de su esplendor. Unos
músculos relajados pero a su vez provistos de una energía
a punto de estallar, en un movimiento congelado por esa prisión
pétrea. Vestido con unos ropajes poco vistosos los
cuales no desmerecen la imagen de devoción ferviente
hacia un padre divino, hacia el que va dirigida su mirada.
Cada pliegue de la ropa, es un volumen tan real que parece
que sus ropajes son mecidos por un viento proveniente de más
allá del tiempo y del espacio.

Una hermosa alabanza parece flotar en el aire en torno al
ángel caído entre los hombres, suplicante con
añoranza de aquel reino de luz del que proviene, una
angustiada petición de amor para unos hijos que han
olvidado lo que es amar.

David Manuel Alcalá Martínez